Sin identidad (fragmento)

Emmanuel Levinas

III. Subjetividad y vulnerabilidad

[…] Pero la apertura puede tener un tercer sentido. No es ya la esencia del ser que abre para mostrarse, ni la conciencia que se abre a la presencia de la esencia abierta y confiada a ella. La apertura es lo descarnado de la piel expuesta a la herida y al ultraje. La apertura es la vulnerabilidad de una piel ofrecida, en el ultraje y en la herida, más allá de todo lo que puede mostrarse, más allá de todo lo que, de la esencia del ser, puede exponerse a la comprensión y a la celebración. En la sensibilidad, “se pone al descubierto”, se expone un desnudo más desnudo que el de la piel que, forma y belleza, inspira a las artes plásticas; desnudo de una piel ofrecida al contacto, a la caricia que siempre, y aún en la voluptuosidad equívocamente, es sufrimiento por el sufrimiento del otro. Al descubierto, abierta como una ciudad declarada abierta ante la llegada del enemigo, la sensibilidad, más acá de toda voluntad, de todo acto, de toda declaración, de toda postura –es la vulnerabilidad misma. ¿Es? ¿Su ser no consiste en desvestirse de ser, no en morir, sino en alterarse, en “otra cosa que ser”? Subjetividad del sujeto, pasividad radical del hombre, el cual, por otra parte, se planta, se declara ser y considera su sensibilidad como atributo. Pasividad más pasiva que toda pasividad, desechada en la partícula prenominal se que no contiene nominativo. El Yo, de pie a cabeza, hasta la médula de los huesos, es vulnerabilidad.

No se podría interpretar la “apertura” de la sensibilidad como simple exposición a la afección de las causas. El otro por el cual sufro no es solamente el “excitante” de la psicología experimental –ni aun una causa que, por la intencionalidad del sufrimiento, sería tematizada. La vulnerabilidad es más (o menos= que la pasividad que recibe una forma o un impacto. Es la aptitud –que todo ser en su “orgullo natural” tendría vergüenza de confesar– a “ser abatido”, a “recibir bofetadas”. “Qué tienda la mejilla a quien le hiere, que se harte de oprobios”, dice admirablemente un texto profético. Sin hacer intervenir una búsqueda deliberada del sufrimiento o de la humillación (presentación de la otra mejilla), sugiere, en el primer padecer, en el padecer en tanto que padecer, un consentimiento insoportable y duro que anima la pasividad y que la anima extrañamente a pesar de ella, mientras que la pasividad como tal no tiene ni fuerza, ni intención, ni agrado, ni desagrado. La impotencia o la humildad del “sufrir”, está más acá de la pasividad del experimentar. La palabra “sinceridad” toma aquí todo su sentido: descubrirse sin defensa alguna, estar entregado. La sinceridad intelectual, la veracidad, ya se refiere a la vulnerabilidad, se funda en ella.

En la vulnerabilidad se aloja una relación con el otro que la causalidad no agota; relación anterior a toda afección por el excitante. La identidad del no opone límites al experimentar, ni aun a la resistencia última que la materia “en potencia” opone a la forma que la inviste. La vulnerabilidad es la obsesión por el otro o la aproximación del otro. Es para el otro, desde detrás del otro del excitante. Aproximación que no se reduce ni a la representación del otro, ni a la conciencia de la proximidad. Sufrir por el otro, es tenerlo al cuidado, soportarlo, estar en su lugar, consumirse por él. Todo amor o todo odio del prójimo como actitud, refleja, supone esta vulnerabilidad previa: misericordia, “conmoción de las entrañas”. Desde la sensibilidad, el sujeto es para el otro: sustitución, responsabilidad, expiación. Pero responsabilidad que no he asumido en ningún momento, en ningún presente. Nada es más pasivo que este enjuiciamiento anterior a mi libertad, que este enjuiciamiento pre-original, que esta franqueza. Pasividad de lo vulnerable, condición (o incondición) por la cual el ser se muestra creatura.

La franqueza expone hasta la herida. El Yo activo retorna a la pasividad de un sí, al acusativo del se que no deriva de ningún nominativo, a la acusación anterior a toda falta.

Pero exposición nunca bastante pasiva: la exposición se expone; la sinceridad pone al desnudo la sinceridad misma. Hay decir. Como si el decir tuviera un sentido anterior a la verdad que descubre; anterior al advenimiento del saber y de la información que comunica, puro de todo dicho; decir que no dice palabra, que infinitamente –prevoluntariamente– consiente. Al descubierto en la franqueza en la que la veracidad vendrá, mucho después, a fundarse y así, fuera de toda exhibición temática, ésta es la subjetividad del sujeto inocente de conjunciones ontológicas, subjetividad del sujeto anterior a la esencia: Juventud que el filósofo ama –el “antes de ser”, lo “otra cosa que ser”. ¿El pensamiento modal de Jeanne Delhomme, no apunta a esta modalidad difícil “sin continuidad consigo, sin continuación de sí”? Instantes maravillosos: el Uno sin el ser del Parménides de Platón; el yo que se trasluce en el cogito en el momento del naufragio de todo ser, pero antes del salvataje del yo en el ser, como si el naufragio no hubiese tenido lugar; la unidad kantiana del “yo pienso” antes de su reducción a una forma lógica que Hegel devolverá al concepto; el Yo puro de Husserl, trascendiendo en la inmanencia, más acá del mundo, pero también más acá del ser absoluto de la conciencia reducida; el hombre nietzcheano sacudiendo el ser del mundo en el pasaje al superhombre, “reduciendo” el ser no a golpes de paréntesis, sino por la violencia de un verbo inaudito, deshaciendo por el no-decir de la danza o del reír (no se sabe por qué, trágicas y graves, al borde de la locura) los mundos que teje el verbo aforístico que los demuele; retirándose del tiempo del envejecimiento (de la síntesis pasiva) por el pensar del eterno retorno. La reducción fenomenológica busca, más allá del ser, el Yo puro, no podría obtenerse por el efecto de una escritura en la que la tinta del mundo manche los dedos que ponen entre paréntesis este mundo.

Pero es necesario que la filosofía vuelva de nuevo para traducir –aunque lo traicionara– lo puro y lo indecible.

Fuente:
Levinas, Emmanuel, “Sin identidad” en El humanismo del otro hombre, México, editorial Siglo XXI, 1974, pp. 122-127. Disponible en: https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxldGljYXltb3JhbGlkYWR8Z3g6NjI5M2Q4YTMwM2MzMWE0Yw
(25/12/20)