Todos sabemos, más o menos, cómo debería ser una democracia ideal, mientras que se sabe demasiado poco sobre las condiciones necesarias para conseguir una democracia posible, una democracia real.
La primera cuestión que hay que establecer aquí es que entre una experiencia democrática en pequeño y una experiencia democrática en grande hay un abismo. La humanidad ha sufrido durante más de dos mil años para conseguir tender un puente entre las dos orillas, y al pasar de las pequeñas comunidades democráticas a la democracia de las grandes cifras, hecha de pueblos y naciones enteras, es inevitable perder por el camino muchos requisitos que garantizan la autenticidad de una experiencia democrática “cara a cara”; y de una democracia a gran escala no se puede pretender lo que se puede pretender de una democracia a pequeña escala. Algo que mucha gente sigue ignorando. Por ejemplo, cuando Mario Segni* [político italiano] declara que un primer ministro elegido por el pueblo equivaldría a un “alcalde de Italia”, está claro que se le escapa la diferencia que hay entre micro y macrodemocracia.
En la lección anterior hemos visto la definición que podríamos denominar “etimológica” de la democracia, por haberla obtenido del análisis del nombre, y más específicamente hemos visto la palabra “pueblo” en sus distintas acepciones. Pasemos ahora a considerar el emparejamiento de “pueblo” con “poder”.
¿Qué es el poder? El poder es una relación: un individuo tiene poder sobre otro porque le obliga a hacer lo que de otra forma no haría. Robinson Crusoe, solo en la isla donde naufragó, mientras esté solo no tiene ningún poder, únicamente lo adquiere cuando llega viernes.
El problema es evidentemente más complejo cuando la relación de poder ya no es entre individuos sino entre entidades colectivas. El esquema, sin embargo, sigue siendo el mismo. El pueblo (todos) tiene poder en la medida que lo tiene sobre otros. ¿Sobre quiénes? Antes de responder cabe señalar que “poder del pueblo” es sólo una elipsis y que, en estos términos, el proceso político queda aún por definir. Vuelvo a preguntar: ¿poder del pueblo sobre quién? Obviamente, del pueblo sobre el pueblo. En este proceso primero hay un movimiento ascendente, de transmisión de poder del pueblo hacia el vértice de un sistema democrático, y después un movimiento descendente del poder del gobierno sobre el pueblo. Así el pueblo es al mismo tiempo, en un primer momento, gobernante, y en un segundo momento, gobernado.
Son procesos muy delicados porque si no se vigila el trayecto, si en la transmisión del poder los controlados se sustraen al control de los controladores, el gobierno sobre el pueblo corre el riesgo de no tener nada que ver con el gobierno del pueblo. De eso se encarga la maquinaria del constitucionalismo.
Pero para aclarar mejor el problema es preciso distinguir entre la titularidad y el ejercicio del poder. La titularidad dice: el poder me corresponde por derecho, es mío por derecho. Sí, pero aquí tenemos sólo un derecho. Y lo que cuenta es el ejercicio. El poder efectivo es de quien lo ejerce. La pregunta crucial, entonces, es: ¿cómo hay que hacer para atribuir al pueblo, titular del derecho, el derecho-poder de ejercerlo? La respuesta es, sucintamente, que la solución a este problema ha de buscarse, en una democracia representativa, en la transmisión representativa del poder. Como veremos a continuación.
Fuente: Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 19-21.