La detención del Chapo Guzmán, el narcotraficante más famoso y más buscado del mundo, “sólo le servirá al gobierno federal de cortina de humo pero no resuelve los grandes problemas de México”, sentenció Andrés Manuel López Obrador. “La facilidad con que fue detenido deja claro que el gobierno de Enrique Peña Nieto tiene una razón mediática o política para que dicha captura se dé ahora”, conjeturó Porfirio Muñoz Ledo. La captura es un logro, “pero no es suficiente en la lucha contra el narcotráfico”, pontificó Luis Alberto Villarreal, coordinador de los panistas en la Cámara de Diputados. “El factor suerte intervino”, aseguró el senador panista Fernando Yunes. En las redes sociales circula profusamente la versión de que el capturado no es en realidad El Chapo.
Estas reacciones coinciden en lo esencial: demeritan ––o niegan la existencia de–– una acción que la opinión pública mundial considera de enorme relevancia, pues el hecho de que el Chapo no pudiera ser capturado a trece años de su fuga era el ejemplo inmejorable de impunidad, corrupción e incapacidad.
Por supuesto, como acusa López Obrador, la detención no resuelve los grandes problemas del país: no termina con la delincuencia ni con la pobreza, no crea empleos ni genera riqueza, no produce el milagro de los panes y los peces en la mesa de los más desfavorecidos, no cura el cáncer ni el alzheimer ni la depresión, no eleva la calidad de nuestro futbol ni de nuestro cine. Pero descalificar la captura porque no produce el prodigio de instaurar la Arcadia en tierra mexicana es grotescamente demagógico. El valor de la aprehensión del Chapo es, sobre todo, simbólico: el delincuente incapturable, de quien se decía que no era recapturado porque había pactado con el gobierno, por fin está de nuevo en prisión. Es una victoria de la legalidad contra el crimen, del Estado de derecho contra un criminal inmensamente poderoso, pernicioso y elusivo.
La aprehensión no fue fácil (como afirma Muñoz Ledo) ni por suerte (como asevera Yunes): estuvo precedida de una puntillosa labor de inteligencia. A punto de ser atrapado, el Chapo desapareció del lugar en que se le ubicaba gracias a los ingeniosos dispositivos que tenía instalados en sus casas de seguridad, pero se le volvió a localizar y se le atrapó sin un solo tiro, lo que es un mérito adicional.
Es obvio que la detención no es suficiente en la lucha contra el narcotráfico, como apunta Villarreal. Nunca la captura de un criminal ha terminado con toda la criminalidad, la cual ha acompañado siempre a las sociedades como las sombras acompañan los cuerpos de las personas, según observó el criminólogo francés Gabriel Tarde. Pero cada aprehensión de un delincuente es un golpe contra la impunidad, y la de uno tan dañino e inatrapable es aún más plausible. Resulta curioso que un panista haga tal declaración, ya que fue al gobierno de Vicente Fox al que se le fugó el Chapo y ni ese gobierno ni el de Felipe Calderón ––ambos panistas–– encontraron en 12 años al fugado.
¿Suplantación del Chapo? Las pruebas de ADN, fisonómica y dactiloscópica han confirmado que el detenido es él. Pero quien se obstina en negar la realidad contra toda evidencia siempre se aferrará aun a la fantasía más delirante para hacerlo (¿recuerdan la teoría de los tres Aburtos?).
¿Desconfianza? ¿O pesar ––en el caso de la oposición–– por el triunfo ajeno aunque lo sea también para el país?