Jerry Greenwald[2]
Mito tóxico No. 58
El cuerpo es maldito.
Este mito está basado en otro, más amplio, que señala que los más altos niveles del desarrollo humano se adquieren más fácilmente cuando ignoramos o censuramos los placeres del cuerpo. Esto crea las bases para otros numerosos tabúes y rituales acerca del sexo y otras funciones del organismo. Estos tabúes nos enseñan a avergonzarnos de diferentes funciones naturales y sostiene que el cuerpo, en sí mismo, es sucio además de ser una fuente peligrosa de tentaciones prohibidas.
Mito tóxico No. 59
Contacto corporal es lo mismo que contacto sexual.
Barry era un padre amoroso que disfrutaba a sus hijos y los apreciaba como individuos. Los miembros de su familia mostraban su afecto abiertamente, eran físicamente expresivos y nunca les había preocupado estar desnudos unos con otros. Cuando Barry se dio cuenta de que su hija mayor principiaba a tener busto se sintió nervioso y confundido. Se comenzó a sentir incómodo al tener contacto físico con ella y ya no la volvió a besar en los labios, cuando se abrazaban cuidaba de no tener contacto con su cuerpo, especialmente cerca de las áreas genitales.
En nuestra cultura, el tabú en contra del contacto físico entre hombres es particularmente fuerte. Socialmente es aceptable que las mujeres se abracen, se tomen de las manos y se besen en público. Incluso cuando el contacto entre dos hombres se suscite accidentalmente, ambas partes tienden a disculparse. La demostración física de afecto entre hombres continúa siendo tabú por el mito que señala que tales expresiones pueden implicar alguna intención homosexual. La homosexualidad todavía no deja de ser un estricto tabú para ambos sexos a pesar de las actitudes más libres y la naturalidad de conducta entre aquellos que prefieren este tipo de relación sexual.
Mito tóxico No. 60
Los placeres sexuales impulsan la decadencia.
Esta mentira nos advierte que la excesiva indulgencia en placeres sexuales altera nuestras capacidades como miembros responsables y cumplidos de una sociedad. La amonestación de que una actitud sexualmente libre lleva al individuo que ha “caído” a una vida de orgías, implica que nuestros apetitos sexuales (a diferencia de otras necesidades corporales) son insaciables.
Mito tóxico No. 61
El factor primordial que determina la forma en que se desarrollarán nuestra personalidad y conducta como seres humanos individuales, depende de si se es hombre o mujer.
Los mitos acerca del sexo son tóxicos cuando implican que el género es el factor elemental que determina el carácter particular de cada persona y sus cualidades como seres humanos, o la forma de relacionarse con otros y con el mundo en general. Los mitos que colocan al género de las personas en un plano primario son intrínsecamente tóxicos y reflejan posturas obsoletas al ignorar la realidad de que, primero y antes que nada, somos seres humanos. Estos mitos generan conflictos al diferenciar artificialmente la conducta admisible o inadmisible de acuerdo con el género. Sancionan, demandan o prohíben ciertas posturas y actitudes basándose solamente en el sexo. Por ejemplo, muchas personas de un sexo o del otro todavía creen ciegamente el ritual de que solamente los hombres pueden iniciar el acto sexual, y que las mujeres sólo deben responder a las insinuaciones sexuales de aquéllos. Más aún, de acuerdo con este ritual tóxico, si ella es una “mujer real” siempre deberá ser una buena receptora. En forma similar, muchos hombres juzgan tabú el no reaccionar adecuadamente cuando la mujer expresa su interés sexual. A menudo los hombres temen que su falta de interés en estos momentos sea reflejo de alguna falla en su masculinidad o hasta en su virilidad.
Mito tóxico No. 62
Hay una rivalidad natural entre los sexos.
Numerosos mitos reflejan la creencia, bastante difundida, de que hay una rivalidad natural entre los sexos. Lo más importante para cada persona como individuo está subordinado a la mítica “batalla entre los sexos”. La lucha entre los sexos se inicia ritualísticamente en las actitudes predominantes de la mayoría de los padres que dan un trato diferente a los hijos de acuerdo con el género. La primera pregunta que hacemos cuando nace un niño está relacionada con el sexo, queremos saber si es niño o niña. Después nos informamos de su estado de salud, peso, etcétera.
Tales rituales preparan el ambiente propicio para la batalla tóxica entre los sexos, como si la batalla individual por obtener satisfacción emocional requiriera de un inevitable confrontamiento con el sexo opuesto. Más que un fenómeno natural e inevitable, está rivalidad es estrictamente uno de tantos mitos culturales. Por ejemplo, el término “mujer castrante” y otras expresiones similares del vulgo han llegado a convertirse en palabras de la vida diaria. Son armas populares usadas por muchos hombres cuando se sienten rechazados sexualmente. Reflejan el tabú tóxico que prohíbe a una mujer “hacer sentir a un hombre impotente”. El mismo mito se aplica a las mujeres que compiten contra el hombre en el plano de lo económico. SI llegan a demostrar su igualdad o su prioridad en el trabajo, se les considera hombrunas y conspiradoras en contra del sexo opuesto. El vituperar a una mujer por haber triunfado puede liberar al hombre de la responsabilidad de su propia ineptitud y de lidiar con sus frustraciones. Muchas mujeres se muestran apenadas si sus entradas sobrepasan a las de sus cónyuges. Asimismo, muchos hombres se muestran particularmente malos perdedores cuando es una mujer “esposa, amante u otra” la que lo derrota en algún juego o deporte.
Mito tóxico No. 63
Los hombres son superiores a las mujeres
Mito tóxico No. 64
Los hombres necesitan sentirse superiores a las mujeres
No obstante el progreso que ha adquirido el movimiento feminista, estos mitos prevalecen y se manifiestan en las diferentes formas en que reaccionamos ante cada sexo desde el nacimiento. Por ejemplo, desde la niñez, a los niños se les enseña ritualmente a controlar sus emociones, así como sus necesidades de expresar sentimientos de cariño, miedo o ansiedad y otros más. En contraste a esta actitud, para las niñas, la postura mítica que prevalece es: “si las emociones son malas, ¡qué se puede esperar de una niña!” Esta actitud ambigua de rituales y tabúes se conserva hasta la edad adulta. Muchas mujeres todavía creen en mitos como el de que cuando se excitan mucho al discutir con un hombre, es que están perdiendo la discusión; deberían ser “fuertes” como el hombre y suprimir sus emociones.
En relación con el acto sexual, la postura victoriana persiste hasta nuestros días señalando que:
Mito tóxico No. 65
El sexo es algo que hace un hombre a una mujer.
El corolario a este mito es la actitud expresada por muchas mujeres de que:
El sexo es algo que una mujer permite le haga un hombre.
Estos mitos obviamente están realzando el sentido de rivalidad entre los sexos y están alentando el que un hombre y una mujer se relacionen entre sí, no como dos personas, sino como oponentes cuyas satisfacciones en muchas áreas son solamente posibles a expensas del otro.
Mito tóxico No. 66
Las mujeres tienen más problemas sexuales que los hombres.
Esta postura sexista surge directamente del tronco de la mitología victoriana acerca de la sexualidad femenina. Se suponía que una mujer se sometía al acto sexual en beneficio de la satisfacción de su esposo, y de su propia preñez; de aquí que la sumisión sexual era por tradición parte de los deberes maritales de la mujer, un ritual que impedía que las mujeres disfrutaran de su propia sexualidad. En contraste, se suponía que los hombres debían disfrutar del sexo y, por lo tanto, eran alentados a hacerlo por la sociedad.
Esta actitud perpetúa el mito de que cuando una pareja tiene problemas sexuales, o uno de los participantes no queda satisfecho sexualmente, lo más probable es que sea por alguna falla de la mujer. Esta idea está todavía más fortalecida por el tabú que prohíbe que una mujer ponga en duda la habilidad de un hombre como amante. La mitología victoriana supone que los hombres saben mucho más del sexo y han tenido mucha más experiencia sexual que las mujeres. Es sorprendente la cantidad de personas de ambos sexos que todavía piensa que los hombres son mucho más experimentados en asuntos del sexo que las mujeres, o que deberían ser, a pesar del hecho de que una relación heterosexual necesita de un miembro de cada sexo.
La siguiente narración muestra diferentes patrones de inhibición sexual basados en la mitología victoriana:
Loraine se crió en una ciudad no muy grande del sur de Estados Unidos. Nunca se hablaba de sexo en su familia, tampoco podía recordar haber visto desnudos a sus padres. Sin embargo, recordaba haber oído ruidos que venían de la recámara de sus padres cuando todavía era ella pequeña. A Loraine le parecía como si su madre estuviese siendo lastimada. Aunque no sabía que sucedía, tenía la noción de que tenía que ver con el sexo, y estaba convencida de que era algo que su padre le hacía a su madre para su propio placer y en contra de la voluntad de la madre.
Estas fantasías fueron tan traumáticas que durante sus años de adolescencia se rehusó a salir con muchachos. No fue sino hasta que entró al bachillerado cuando conoció a Harold y comenzó a salir con él. Harold era tranquilo y tímido, y su falta de agresividad fue lo que atrajo a Loraine. Fueron novios durante dos años y contrajeron matrimonio en el verano siguiente a la graduación de Loraine. En su noche de bodas ella era todavía virgen, mientras que la experiencia de Harold se limitaba a unas cuantas prostitutas.
Su noche de bodas fue una experiencia trágica. Al no tener idea de lo que sucedería, Loraine estaba extremadamente aprehensiva. Los intentos de Harold por darle valor fueron vanos; también él se mostraba sumamente nervioso (lo que trataba de ocultar) y era impotente. Su luna de miel fue un verdadero fiasco. Cuando Harold lograba tener una erección, eyaculaba antes de penetrarla. La explicación que daba a su consternada esposa era que la encontraba tan hermosa y atractiva que no lograba controlarse. Unas semanas después de la luna de miel, finalmente se consumó la unión sexual. Loraine se encontraba abatida por su falta de excitación o satisfacción cuando tenía relaciones sexuales con Harold. Como le dijo más tarde a su terapeuta: “No sentía nada. Cuando teníamos relaciones sexuales, no sentía yo absolutamente nada”.
Harold le insistía en que debía relajarse, que sólo su ansiedad le impedía gozar del sexo. Siempre manifestó claramente que él consideraba que el problema era únicamente de ella. Sus eyaculaciones prematuras continuaron a lo largo del primer año de matrimonio. Generalmente eyaculaba antes de penetrarla y una cópula verdadera no duraba más de unos cuantos minutos. Loraine se resignó a la idea de que era ella la sexualmente inadecuada.
A los treinta años, Loraine tomó un curso de educación sexual y matrimonial para adultos y comenzó a reflexionar en la posibilidad de que fuera Harold el que estuviese contribuyendo a sus dificultades sexuales. Poco después regresó a la universidad a continuar sus estudios y conoció a Jim. Principiaron tomando café juntos después de clases y se hicieron buenos amigos. Loraine se puso sumamente nerviosa cuando Jim le sugirió que se fueran juntos a la cama: se sentía atraída hacia él a pesar de sus esfuerzos por suprimir sus sentimientos y la culpabilidad que les acompañaba.
Después de un mes, iniciaron sus relaciones. Loraine respondía plenamente y se sentía alegre de haber descubierto las capacidades de su propia sexualidad. También se sentía enormemente molesta en contra de Harold por haberla convencido de que tenía problemas sexuales. Cuando Harold se rehusó buscar ayuda (lo que es todavía más tabú para hombres que para mujeres) para descubrir la causa de sus eyaculaciones prematuras, Loraine solicitó el divorcio y con el tiempo contrajo
[1] Fragmento del libro ¿Es esto realmente lo que quiero hacer? Diana. 1982. México, p.169-175.
[2] Doctor en psicología por la Universidad de California. Terapeuta Gestalt. Autor de artículos para varias revistas profesionales y de los exitosos libros Be The Person You Were Meant To Be (Sé la persona que estabas destinado a ser) y Creative Intimacy (Intimidad creativa).