Una mujer maltratada no se separará de su verdugo si no dispone de un sitio en el que ella y sus hijos, si los tiene, encuentren hospitalidad, seguridad y apoyo. Seguirá soportando golpes, humillaciones y vejaciones sencillamente porque no dispone de un lugar que le brinde asilo. No todas cuentan con padres o amigos solidarios que les abran las puertas de su casa.
Permanecer al lado de quien la agrede cotidianamente, dormir con el enemigo, es un infierno. Quien lo ha sufrido o lo ha presenciado lo sabe. En el espacio en el que debería encontrarse cariño y aliento, el hogar, la mujer convive, en vez de con un compañero que la trate bien, con un bárbaro que pisotea cotidianamente su dignidad.
Muchas mujeres no denuncian el maltrato por temor a las represalias. En efecto, si la mujer denunciante permanece al lado del maltratador corre el riesgo de que éste, lejos de sentirse inhibido por la denuncia, multiplique los actos de sevicia en venganza por haber sido denunciado.
La constante situación de angustia y temor en que viven las mujeres maltratadas, así como sus hijos, afecta perniciosamente su desarrollo humano, así como la integración del núcleo familiar. La zozobra constante se vuelve una prisión insufrible.
Encerrada en su casa, en muchos casos la mujer maltratada es la única persona que conoce lo que está pasando. Sus días están poblados de sentimientos tales como la impotencia, porque se siente sobrepasada por los hechos y no ve la solución; la vergüenza, pues se juzga severamente a sí misma, y eso la aísla y la lleva a disimular su estado de ánimo; el miedo por lo que les pueda suceder a ella y a sus hijos, y un profundo malestar, ocasionado por la cólera prohibida y reprimida que la destruye por dentro.
En virtud de que en México la violencia intrafamiliar ha sido desde siempre un problema de gran magnitud que vulnera severamente los derechos humanos de las víctimas —que en casos extremos llegan a ser asesinadas—, específicamente el derecho a una vida libre de violencia, en sus primeros años de funcionamiento, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal propuso la creación de un albergue para ellas. El 15 de julio de 1997 se inauguró el primer albergue para mujeres maltratadas de la Ciudad de México.
Desde entonces han proliferado en el país, por iniciativa de organizaciones de la sociedad civil y manejados por éstas, recintos de esa índole, en los que se brinda a las víctimas atención integral: alimentación, artículos de aseo, servicios médicos, sicológicos, sociales y sicopedagógicos, asesoramiento jurídico, capacitación laboral.
La Red Nacional de Refugios coordina, organiza y representa a esos refugios, los cuales han permitido a decenas de miles de mujeres transitar de un desesperanzado valle de lágrimas a “otro modo de ser, humano y libre”, por decirlo con las palabras de Rosario Castellanos.
La IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que aprobó la Plataforma de Pekín, planteó como objetivo estratégico establecer centros de refugio y servicios de apoyo dotados de los recursos necesarios para auxiliar a las mujeres víctimas de violencia y prestarles servicios médicos, sicológicos y de asesoramiento.
La decisión del gobierno federal de sustituir el financiamiento de esos refugios por la entrega de dinero en efectivo muestra, por una parte, una absoluta ignorancia respecto de la complejidad del problema, y, por otra, una insensibilidad verdaderamente asombrosa.
A una mujer maltratada de nada le servirá que se le dé una módica cantidad por la violencia de que es objeto. Como ha señalado la Red de Refugios, “esa ayuda económica no sólo no restaura derechos ni salva vidas sino que destruye toda la política pública en materia de violencia sexista”.
Como el golpe a las estancias infantiles, el que ahora se inflige a los refugios para mujeres víctimas de violencia intrafamiliar perjudica gravemente la vida de decenas de miles de mexicanas, muchas de las cuales seguramente votaron por Andrés Manuel López Obrador creyendo que con él sus derechos estarían mejor protegidos. Sin embargo, al parecer, al Presidente no le importa demasiado la suerte de esas mujeres.