Benjamin Rosenblatt[2]
El viejo Zelig era mirado con recelo por sus compañeros. Ninguno se dignaba llamarlo “Reb” (‘señor’) Zelig ni anteponer a su nombre el equivalente estadounidense: “Mr.” “El viejo es un barril con agujero”, declaraban sabiamente sus vecinos. “Nunca gasta un centavo y no pertenece a ningún lugar”. Porque “pertenecer”, en el lado oeste de Nueva York, no es de poca importancia. Significa ser miembro de alguna de las numerosas congregaciones. Todo judío decente debe incorporarse a “Una Asociación que Entierre a sus Miembros” para ser proveído cuando menos de un nicho al final del largo camino. Zelig todavía no era miembro de alguna de ellas. “Solitario, como un campanario”, suspiraba su esposa con frecuencia. Sigue leyendo