Malleus maleficarum. El martillo de las brujas: para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza

(El “Malleus maleficarum…” es probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto de la persecución de brujas y la histeria brujeril del Renacimiento. Es un exhaustivo libro sobre la caza de brujas que, luego de ser publicado en Alemania en 1486, tuvo docenas de nuevas ediciones. Se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas por cerca de 200 años. Esta obra es notoria por su uso en el período de la histeria por la caza de brujas que alcanzó su máxima expresión desde mediados del siglo XVI hasta mediados del XVII. Fue escrita por dos monjes inquisidores dominicos, Heinrich Institoris, nacido en Alsacia —perteneciente entonces al Sacro Imperio Romano Germánico, y anexada a Francia en 1648—, y Jacob Sprenger, nacido en Basilea —perteneciente también entonces al Sacro Imperio Romano Germánico y anexada en 1501 a la Confederación Helvética de la que surgió la actual Suiza—).[1]

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El barril de amontillado1

Édgar Allan Poe [2]

Yo había soportado lo mejor posible los miles de desprecios de Fortunato, pero cuando él se atrevió a insultarme, juré que me vengaría. Ustedes saben bien cómo soy, y, sin embargo, no dije ni una palabra de amenaza. Tarde o temprano yo me vengaría, eso era definitivo —pero la misma seguridad de mi decisión excluía la idea de que yo me pusiera en peligro—. No solamente lo castigaría, sino que lo haría impunemente. Un mal no queda vengado si por la venganza le sobreviene algún daño al vengador. Tampoco, si éste no le hace saber a su enemigo quién lo ha castigado.

Debe quedar bien claro que ni de palabra ni de obra di motivo a Fortunato para que dudara de mi buena voluntad hacia él. Seguí actuando como siempre, sonriéndole, y él no se dio cuenta de que mi sonrisa, ahora, se debía a que yo estaba imaginando cómo lo asesinaría.

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Embriáguense

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida, ustedes se despiertan, pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

        ¡Es hora de embriagarse!

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

Charles Baudelaire