¿Y qué? ¿Será posible que nosotros
tanto amemos la gloria y sus fulgores,
la ciencia y sus placeres,
que olvidemos por eso los amores,
y más que los amores, las mujeres?
¿Seremos tan ridículos y necios
que por no darle celos a la ciencia,
no hablemos de los ojos de Dolores,
de la dulce sonrisa de Clemencia,
y de aquella que, tierna y seductora,
aún no hace un cuarto de hora todavía,
con su boca de aurora,
—no te vayas tan pronto, nos decía. Sigue leyendo