La diferencia esencial entre el grito de puuutooo de los aficionados mexicanos al portero del equipo rival cuando despeja de meta y los sonidos simiescos que algunos imbéciles imitan cuando toma la pelota un jugador negro es que en el segundo caso se agrede al futbolista precisamente por el color de su piel, mientras que en el primero el clamor multitudinario no está motivado por característica alguna del guardameta sino sencillamente porque juega con el adversario.
Si en lugar del portero el saque de meta lo hiciera algún otro jugador, el grito sería el mismo. Nadie lo está agrediendo por su orientación sexual, seguramente desconocida por el público, ni por sus peculiaridades físicas. Los espectadores van al estadio a ver el partido pero también a echar relajo, a desahogarse de las tensiones, frustraciones y disgustos de la vida cotidiana. La palabra elegida tiene virtudes innegables: es breve, de sólo dos sílabas, cada sílaba con una sola consonante y una sola vocal, es grave, y no carece de cierta musicalidad, acentuada al corearse rítmicamente. Estoy seguro de que los homosexuales en las tribunas también la entonan.
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