Sin ofrecer ninguna explicación pública, el Presidente se negó a escuchar el informe de Luis Raúl González, quien, tras numerosas gestiones, sólo pudo presentarlo ante la secretaria de Gobernación, sin la cobertura de informes pasados, pues la presencia del Presidente le daba a la ceremonia una alta relevancia mediática.
Jamás, en sus 29 años de existencia, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos había sido objeto del desprecio con que ahora la agravió el Presidente de la República. Año con año, el titular de la Comisión rendía su informe ante el titular del Ejecutivo, y éste tenía que escuchar señalamientos que no le resultaban gratos porque aludían a hechos y situaciones lesivos de los derechos fundamentales.
El Presidente tenía que tragarse el sapo y, como al acto asistían todos los medios de comunicación, los cuales le concedían un importante espacio al informe, el conjunto de los ciudadanos se enteraba de lo que estaba pasando en un tema tan relevante. Así pues, la desatención del Presidente no fue sólo con el ombudsman, sino con toda la ciudadanía.
Sin ofrecer ninguna explicación pública, el Presidente se negó a escuchar el informe de Luis Raúl González, quien, tras numerosas gestiones, sólo pudo presentarlo ante la secretaria de Gobernación, sin la cobertura de informes pasados pues, como ya apunté, la presencia del Presidente le daba a la ceremonia una alta relevancia mediática.
El Presidente hubiera podido asistir al informe y, tras escuchar algunas verdades amargas, podía decir, como lo ha hecho una y otra vez, que él tenía otros datos o que las situaciones violatorias de derechos humanos se debían a las administraciones anteriores, pero que ahora, en virtud de que él está en la Presidencia, todo eso se enmendaría.
Pero sencillamente el Presidente no quiso que nada turbara su tranquilidad. Sabía que, a pesar de su desdén, a la mañana siguiente, en su conferencia de prensa mañanera, los bien portados reporteros que acuden todos los días a cubrirla no le harían ningún cuestionamiento al respecto. ¡Por fortuna no estaría entre ellos Jorge Ramos ni ningún otro periodista díscolo!
Con su actitud, el Presidente confirmó, una vez más, su antipatía por la causa de los derechos humanos, los organismos autónomos y reglas básicas del Estado de derecho. ¿Por qué el ombudsman lo iba a incomodar mencionando en su presencia cosas nada agradables? Ya ha demostrado en repetidas ocasiones que toda crítica le incomoda, que prefiere los aplausos del pueblo bueno en los mítines de las plazas públicas.
El Presidente no tuvo que escuchar, por ejemplo, que varias de sus decisiones vulneran los derechos humanos o debilitan su defensa: la falta de apoyo a las estancias infantiles, a los refugios para mujeres maltratadas y a las instancias de atención a personas con discapacidad, y la descalificación a organizaciones de la sociedad civil, a periodistas y a comunicadores.
En su informe, el ombudsman nacional pone énfasis en la grave crisis que enfrenta el sector salud por falta de recursos presupuestales, materiales y de personal. El combate a la corrupción y la reasignación de recursos —advierte Luis Raúl González— “no puede implicar que se suspenda o se ponga en riesgo la atención que es debida a los pacientes, así como el acceso a los tratamientos y medicinas a los que tengan derecho”. El Estado no puede dañar con acciones u omisiones la salud de las personas.
Una de las conclusiones del informe es particularmente inquietante: en la medida que se debilitan las instituciones —que conforman un medio de control para evitar las arbitrariedades perpetradas desde el poder—, se abre la puerta para que la actuación del Estado sea más discrecional y la vigencia de las normas se diluya.
Nada de eso tuvo que escuchar el Presidente. ¿Por qué pasar un mal rato? Como observa Héctor de Mauleón: “López Obrador quiso evitar que le dijeran esto en público. Ya se sabe: no le gustan los contrapesos” (El Universal, 4 de junio). Es mejor oír los elogios de sus incondicionales.
Organismos no gubernamentales defensores de derechos humanos consideraron preocupante y desalentador que el titular del Poder Ejecutivo se negara a escuchar el informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. En efecto, el desaire al ombudsman de un Presidente con tanto poder produce escalofrío.
Pero la descortesía, además de preocupante y desalentadora, es significativa: pedagógicamente indica que nadie debe perturbar el ánimo del gobernante que ya no se pertenece a sí mismo, sino al pueblo, así sea con asuntos como el de las violaciones de su gobierno a los derechos humanos.