Michelangelo Bovero[2]
En todas las constituciones existen principios reconocidos (más o menos) explícitamente como intangibles, que son invocados por las supremas cortes en sus sentencias más importantes, para preservar la estabilidad y la continuidad del ordenamiento.
No obstante, en las últimas décadas el paradigma mismo de la democracia constitucional, esta grandiosa construcción de la cultura política y jurídica occidental de la posguerra —una cultura caracterizada por una pluralidad de aspiraciones contradictorias pero animada por una reacción moral compartida frente a la era de las tiranías que había marcado la primera mitad del siglo XX— ha sido fuertemente atacada y erosionada; y actualmente parece lesionada y deslegitimada. Como si la época de los derechos y de la democracia hubiese perdido su propia inspiración, su propia alma; como si el espíritu del tiempo soplara ya hacia otra dirección. Los derechos fundamentales se han revelado como derechos débiles, incapaces de resistir las ofensivas de la ideología dominante y triunfante del neoliberalismo, identificada por Luciano Gallino como la ideología totalitaria de nuestro tiempo. Una ideología que, por su propia naturaleza, es hostil a la idea misma de derechos fundamentales, pero también refractaria a la democracia. Es obvio que la mercadocracia totalitaria no puede tolerar que ciertos derechos sean sustraídos al mercado. Desde que comenzó a ejercer una influencia determinante sobre los gobiernos más poderosos del mundo el primer gobierno de Thatcher en 1979 y —el primer mandatario de Reagan en 1981— Sigue leyendo