William Saroyan
—¿Quiere que me ría?
Se sentía muy solo y enfermo en el aula vacía, todos los chicos ya se había ido a casa, Dan Seed, James Misippo, Dick Corcoran, todos ellos por las vías del Southern Pacific, riéndose y jugando, y esta loca idea de Miss Wissig, agobiándolo.
—Sí.
Los labios severos, el temblor, los ojos, qué melancolía más patética.
—Pero no quiero reirme. Sigue leyendo