Por Luis de la Barreda Solórzano
24 de febrero de 2022
Kevin Smith,
afroamericano de 44 años, ha estado preso desde hace 17, condenado a una pena
de 54 años de prisión por asesinato. La noche del 22 de marzo de 2003, él y su
hermano gemelo, Karl, idénticos físicamente, dispararon a dos miembros de una
pandilla rival en Chicago. Uno quedó herido y el otro murió. El sobreviviente
responsabilizó a Kevin, también identificado por otra testigo entre varios
sospechosos. En la ronda de reconocimiento no se incluyó a Karl.
Kevin siempre ha
sostenido su inocencia. No aceptó un acuerdo con la Fiscalía en virtud del
cual, si hubiese confesado, se le impondría una pena de 11 años de cárcel. Una
carta de su gemelo, recibida en 2013, confirmó que decía la verdad. Karl,
también preso por un allanamiento de morada en el cual un niño de seis años
recibió un balazo en la cabeza, no pudo seguir soportando el remordimiento que
su silencio le infligió durante una década.
“He estado
guardando este secreto durante años, y tengo que sacarlo de mi pecho antes de
que me mate. Sé que estabas diciendo la verdad. Yo soy la razón por la que tu
vida se jodió. Fui yo quien disparó y mató”, dice la carta, en la que Karl pide
perdón por haberle quitado a Kevin tantos años con su hija, que era una bebé
cuando él entró a la cárcel. Karl explica que calló durante 10 años porque no
tenía fuerza para entregarse voluntariamente.
Kevin no contestó
la carta. Su gemelo le insistió que limpiara su nombre y luchara por su
libertad. En 2015, Karl confesó el delito ante la Fiscalía. El Centro de
Condenas Injustas de la Universidad Northwestern de Chicago solicitó un nuevo
juicio para Kevin. Dos años después, el juez Vincent Gaughan, que condenó a
Kevin en primera instancia, denegó la petición.
Gaughan argumentó
que el testimonio de Karl no se alineaba con los de los otros testigos, se
refirió al “patrón de engaño” que seguían los gemelos para evadir la ley
haciéndose pasar el uno por el otro y sostuvo que la cadena perpetua de facto a
la que está condenado Karl —99 años de prisión— lo coloca en una situación en
la que no tiene nada que perder si se acumula a su condena la pena por otro
delito. El Centro de Condenas Injustas apeló. La testigo, que al ocurrir los
hechos tenía 16 años, se retractó. El tribunal de apelaciones de Illinois
revocó la condena y concedió un nuevo juicio a Kevin ante un juez distinto. El
nuevo juez concedió libertad bajo fianza a Kevin, a quien el fiscal podría
retirar la acusación.
“Más vale tarde que
nunca”, reza una máxima popular, pero muchas veces lo tardío resulta excesivo.
¡Diez años en los cuales un hermano sufría la pena que correspondía al
verdadero culpable, que, mientras tanto, era torturado por su secreto! Charles
Baudelaire escribió en su poema Irreparable (Las flores del mal, 1861):
“¿Podemos ahogar el viejo, el prolongado remordimiento, / que vive, se agita y
se retuerce, / y se nutre de nosotros como el gusano de los muertos, / como de
la encina la oruga?”.
El remordimiento
es, entiende el jurista español Jesús María Silva Sánchez, “algo más que la
conciencia de haber obrado mal; es precisamente el sufrimiento de la ausencia
de paz con uno mismo”. Hace dos décadas, en la Ciudad de México, Luis Gabriel
Valencia, el preso que, inducido y presionado por los esbirros del procurador
Samuel del Villar, había acusado falsamente a varias personas del homicidio de
Paco Stanley, confesó, corroído por el arrepentimiento, que había mentido.
¿No abruma la
vergüenza a quienes mantienen en prisión a Alejandra Cuevas bajo una acusación
absurda? ¿No siente desasosiego el juez que, contra la razón y el derecho,
niega la libertad provisional a Rosario Robles? ¿No lo sintió en su momento la
entonces jefa de Gobierno por tener presos a quienes, como se lo hizo ver
inobjetablemente el ombudsman capitalino, no eran culpables del homicidio de
Paco Stanley?
Fuente:
https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/remordimiento/1500397
(27/02/22)