Por Ismael
Eslava Pérez*
Sumario: I. Contextualización del
problema a partir del Estudio niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen
organizado en México. II. Aspectos relevantes de las conclusiones del Estudio.
III. Propuestas. IV. Corolario.
I. Contextualización del problema a
partir del Estudio niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen organizado
en México.
La violencia
e inseguridad que se vive en nuestro país han permeado profundamente en nuestra
sociedad. El número de víctimas y sus legítimos reclamos de justicia y verdad
son muestras palpables del devastador impacto que la criminalidad y la
impunidad tienen en el tejido social. No obstante, existen muchas otras
consecuencias para grupos de población y escenarios que no siempre son visibles
para el Estado y sus autoridades, y cuyas historias suelen ser poco escuchadas
o incluso, ignoradas.
La situación
de niñas, niños y adolescentes ante el crimen organizado es un ejemplo de ello.
Se trata de una población que, aunque representa la tercera parte del total de
habitantes en México, se enfrenta a las desventajas de vivir en un mundo
adultocéntrico que aún ofrece pocos espacios para hablar, participar y exigir
el cumplimiento de sus derechos, y que en gran medida depende de la estabilidad
y protección que sus familias y comunidades les puedan ofrecer para ejercer
plenamente sus derechos.
Es por ello que en noviembre de 2019 el Organismo Nacional de Protección de los Derechos Humanos presentó el Estudio niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen organizado en México elaborado por Universidad Nacional Autónoma de México y supervisado por el suscrito y el entonces titular de la citada institución, con tres finalidades fundamentales: la primera, contribuir a la construcción de un panorama general de la situación de las personas menores de edad que de forma directa o indirecta han sufrido los estragos de la actuación de la delincuencia organizada; la segunda, caracterizar el impacto que la violencia, producto de la operación de grupos del crimen organizado, tiene en la población menor de edad, y tercera, reflejar de manera puntual las múltiples rutas de acción en las que se tiene que trabajar para restituir sus derechos y prevenir que se perpetúe como un modus vivendi de las generaciones venideras.
El término
“víctima” a que alude el Estudio es un concepto amplio que abarca las múltiples
formas en que las niñas, niños y adolescentes pueden sufrir afectaciones en sus
derechos, y que van desde la mortalidad por el uso de la fuerza letal entre
grupos delincuenciales, la pérdida de sus familiares, el desplazamiento
forzado, la pobreza, la privación de su libertad, la explotación y trata de
personas, hasta modificar su modo de vida e impedir su acceso al derecho a la
educación, la salud y la seguridad social, entre otros.
A través del
análisis cuantitativo y cualitativo, el Estudio expone las consecuencias y
factores de riesgo a los que está expuesta la población menor de edad, de forma
que logra construir un Índice Estatal de Riesgo de Violencia asociada con el
crimen organizado con impacto en niñas, niños y adolescentes, el cual registra
y clasifica las condiciones de violencia de las personas menores de edad por
entidad federativa.
En la parte
cualitativa, el Estudio incluye cinco historias de vida de personas que durante
su niñez y/o adolescencia fueron víctimas directas o indirectas del crimen
organizado, y que a través de su narración dan cuenta de las consecuencias
lacerantes de los vacíos estatales frente a esa problemática.
II. Aspectos relevantes de las
conclusiones del Estudio.
A
continuación, se hace referencia, en términos generales, a las conclusiones
resultantes de dicha investigación que, al día de hoy, siguen teniendo
vigencia.
Primera
conclusión. En las últimas décadas el contexto de inseguridad, violencia y
crimen organizado ha tenido efectos particularmente graves en niñas, niños y
adolescentes, situándolos en condiciones de gran vulnerabilidad.
La
multiplicidad de violaciones a los derechos humanos derivadas de la actividad
de grupos delictivos, impide contar con cifras exactas del impacto que tiene en
cada uno de ellos; no obstante, los indicadores sobre seguridad y violencia,
brindan una aproximación. Por ejemplo, una de las formas más claras de relación
de niños, niñas y adolescentes como víctimas del crimen organizado, se
advierten de los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática (INEGI), que entre 2007 y 2017 se ha triplicado el número de
víctimas de homicidio de personas entre 0 y 19 años, pasando de 1,002 en 2007 a
2,858 en 2017.
Fue entre
2016 y 2017 que el número de homicidios tuvo un incremento: 22.5%. Asimismo, en
el periodo 2015-2018, a nivel estatal, Chihuahua, Zacatecas, Michoacán,
Guerrero y Baja California fueron las cinco entidades que registraron las
mayores tasas.
El derecho a
la educación se ve particularmente afectado en contextos de inseguridad y
violencia generalizada debido a la falta de servicios educativos de calidad,
altos niveles de ausentismo y deserción escolar. Como consecuencia, el número
de adolescentes que cursan estudios superiores una vez concluida la educación
obligatoria es sumamente reducido, lo que restringe sus oportunidades
profesionales, fomenta su ingreso a empleos informales y contribuye a que sus
condiciones laborales sean precarias.
Según el
Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), para 2017 en México el
96.2 % de niños, niñas y adolescentes de entre 6 y 14 años asistían a la
escuela, sin embargo, a pesar de los avances en la materia, más de 4 millones
de niños, niñas y adolescentes están fuera del sistema educativo y más de 600
mil se encuentran en riesgo de dejarlo. Además, en diversas escuelas figuran
personas insertas en las pandillas juveniles, mismas que utilizan las aulas
como zonas de reclutamiento de nuevos miembros.
En el Informe
del gobierno federal “Impacto de la pandemia en Niñas y Niños”, dado a conocer
el 3 de agosto de 2021 por la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y
Migración, se destacan diversas afectaciones a niñas, niños y adolescentes como
consecuencia del confinamiento, las restricciones a la movilidad, la suspensión
de clases y otros factores, entre la que destaca la afectación en su proyecto
de vida derivado de la deserción escolar y el incremento de la desigualdad.
Precisamente en cuanto a la deserción escolar, se calcula que 5.2 millones de
estudiantes no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021 por razones
relacionadas con la Covid-19 o por falta de recursos económicos. De esta cifra,
3 millones son niñas y niños.
También las
estadísticas sobre personas menores de 18 años desaparecidas o extraviadas
permiten problematizar la forma en que la violencia afecta a niñas y niños. De
acuerdo con el entonces Registro Nacional de Personas Extraviadas o
Desaparecidas en México a abril de 2018 existen 36,265 personas desaparecidas
en el fuero común, de las cuales el 18% tienen entre uno y 17 años.
El 92.7% de
esas desapariciones han ocurrido entre 2010 y 2018 con una tasa de 15.1 niñas, niños
y adolescentes menores de 18 años desaparecidos por cada 100 mil habitantes.
Los cinco estados con las tasas más altas son Colima (54.3%), Sonora (48.2%),
Tamaulipas (45.4%), Puebla (34.7%) y Baja California (32.6%).
En México no
existen datos precisos del número de personas menores de 18 años reclutadas por
el crimen organizado, aunque las cifras sobre personas desaparecidas ofrecen
una aproximación, pues la Relatora Especial sobre los derechos de los pueblos
indígenas, ha documentado casos sobre el reclutamiento forzoso y desaparición
de niños y jóvenes por parte del crimen organizado en los estados de Chihuahua
y Guerrero, y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha sido informada
de casos sobre secuestros de personas menores de edad en contexto de movilidad.
Segunda
conclusión. La existencia y el incremento de la victimización en personas
menores de 18 años es consecuencia de la ausencia de políticas y acciones del
Estado para garantizar su protección y el ejercicio de sus derechos.
Hasta hace un
par de años, México carecía de una política nacional para la atención y
protección de esa población. Actualmente, aunque se identifican avances con la
creación de los Sistemas Nacional y locales de Protección de Niñas, Niños y
Adolescentes, las acciones aún son limitadas e insuficientes considerando las
dinámicas actuales de violencia y los altos niveles de victimización en el
país.
La percepción
de seguridad entre esa población es negativa. Los resultados de la Consulta
Infantil y Juvenil 2018 del Instituto Nacional Electoral, evidencian que, en
promedio, el 7.4% de niñas, niños y adolescentes entre 6 y 17 años no se siente
seguro en casa, siendo Quintana Roo y Baja California donde consideraron el
mayor nivel de inseguridad con 20.1% y 22.5%, respectivamente.
Asimismo, el
71% de las niñas y niños de esa edad manifestaron no sentirse seguros en las
calles; en este caso, la Ciudad de México, Puebla, Nuevo León, Guanajuato y
Estado de México son las entidades federativas con la mayor percepción de
inseguridad.
El estudio
advierte que en el Plan Nacional de Desarrollo 2012-2018 se incluyó una
estrategia para hacer frente a la violencia contra niños, niñas y adolescentes
en todas sus formas; sin embargo, no fue posible identificar programas y acciones
concretas para la atención de personas menores de 18 años víctimas de violencia
asociada con el crimen organizado hasta 2014, con la adopción por parte de
México de la resolución “Estrategias y
Medidas Prácticas Modelo de las Naciones Unidas para Eliminar la Violencia
contra los Niños en el Ámbito de la Prevención del Delito y Justicia Penal”.
A partir de
ese año se identificaron 11 políticas y programas para la atención de esa
población, de las cuales, 5 están vinculadas con su atención, pero no fueron
diseñadas específicamente para atender esa problemática. No se reportaron
acciones para la atención de la desaparición de personas, la violencia
homicida, la trata de personas y el desplazamiento forzado de personas menores
de 18 años.
Respecto a
los resultados del Sistema Integral de Protección de Niñas, Niños y
Adolescentes a nivel federal (SIPINNA) y hasta 2019, se observa que 30% de las
acciones implementadas desde su establecimiento, han estado enfocadas en la
generación de Grupos de Trabajo, Comités y Comisiones, seguida de la creación
de protocolos y metodologías con 18%; acompañamiento y asesoría jurídica a
niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia asociada con el crimen
organizado con 17%; capacitación y asesorías a servidores públicos con 12.5% y
a la creación de bases de datos y sistemas de información con 7%.
El 30 de
abril de 2019, en la Sesión de Reinstalación de ese Sistema de Protección
Integral, se acordaron siete acciones generales para garantizar los derechos de
niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia asociada con el crimen
organizado, entre las que se encuentran la creación de una ruta para la
búsqueda personas menores de edad desaparecidas y la prevención y desvinculación de grupos de
la delincuencia, sin embargo, no fueron definidas las metas y objetivos de las
políticas.
Tercera
conclusión. Una de las frecuentes violaciones que impactan la vida de niñas,
niños y adolescentes en México es la desaparición impune de sus madres, padres,
hermanos y/o compañeros.
Las niñas,
niños y adolescentes de quienes se habla en el estudio, han vivido en un
contexto de muerte de familiares, compañeros de escuela, y personas conocidas.
En su entorno social inmediato las personas han sido víctimas de desaparición,
han estado sujetas a una vida precaria en todos sentidos sin beneficiarse de la
intervención oportuna de las autoridades.
La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos estima que entre 2006 y 2010, las violencias
por el crimen organizado han dejado a más de 30,000 niñas, niños y adolescentes
sin cuidados parentales.
Cuarta
conclusión. Los niños, las niñas y los adolescentes en contextos de crimen
organizado sufren violaciones a sus derechos a la libertad y seguridad.
Son comunes
las prácticas de secuestros a cambio de dinero, tortura y tratos crueles por
parte de miembros del crimen organizado para que las personas menores de edad
se unan a sus filas.
No obstante,
también se identifican riesgos para las personas adolescentes que se encuentran
en conflicto con la ley, ya que constantemente sufren de extorsiones y
violaciones a sus derechos, a través de lesiones, detenciones ilegales o
arbitrarias e incluso desapariciones.
De acuerdo
con la Encuesta Nacional de Adolescentes en el Sistema de Justicia Penal 2017,
había 6,891 adolescentes en el Sistema de Justicia Penal, en donde el 92.2% es
población masculina y el 7.8% femenina. La mitad de los adolescentes en el
sistema penal provienen de tan solo tres estados: Jalisco (30.5%), Sonora
(11.5%) y Chihuahua (9.8%).
La Encuesta
revela que 82.2% de esa población contaba con una medida de sanción, de los
cuales el 2.5% se dictó por delincuencia organizada. El secuestro (34.9%),
seguido del acopio ilegal de armas (23.6%), la venta de droga (17.4%),
homicidio (17.2%), robo (14.7%) y extorsión (1.4%), fueron las actividades por
las que se acusó a las y los adolescentes.
Sus
libertades de residencia y circulación se ven vulneradas por las condiciones de
violencia e inseguridad imperantes en la región en la que viven, por las
prohibiciones impuestas por los grupos delictivos y también por las
restricciones establecidas por las autoridades, por ejemplo, de estar en las
calles a determinada hora, si no están acompañados de una persona adulta.
Quienes
pueden, deciden trasladarse a otro lugar para mejorar sus condiciones de vida,
seguridad y protección, ya sea dentro del mismo territorio del Estado, a otra
entidad federativa o a otro país; en otros casos, no tienen esta posibilidad:
el crimen organizado no les permite desplazarse y los obliga a permanecer y
trabajar en actos delictivos.
Quinta
conclusión. El contexto institucional relacionado con la protección de niñas,
niños y adolescentes no goza de eficacia suficiente.
Las
autoridades de los tres órdenes de gobierno se organizan en al menos 10 redes
temáticas identificadas como “sistema nacional”, con atribuciones para la
situación que viven niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen organizado.
El Estudio
observa que ese gran andamiaje institucional produce muchísima información y
posibilita la coordinación y la comunicación entre las entidades federativas
del país, sin embargo, todavía no alcanza el nivel de efectividad que permita
detectar y dar seguimiento a personas víctimas del crimen organizado, quienes
en casos como los que se relatan en el Estudio, han crecido y sobrevivido a la
sombra de las instancias públicas, o incluso, a pesar de ellas.
Para mejorar
esos sistemas de atención, se requiere mayor comprensión de las formas en que
niñas, niños y adolescentes son afectados por el crimen organizado y desde
luego, un abordaje desde los derechos humanos. Es fundamental identificar los
puntos de interacción y comunicación institucional para que las autoridades
puedan detectar situaciones donde las personas menores de edad requieren la
protección del Estado, y los mecanismos para dar seguimiento no sólo a casos
individuales, sino a la situación del entorno en comunidades de especial
interés por sus índices de muertes violentas y de conflictividad social.
Sexta
conclusión. Las distintas formas de violencia a las que están expuestas niñas,
niños y adolescentes, incluyendo la derivada de la actuación del crimen
organizado, requiere un tratamiento integral.
La prevención
y atención de esa problemática, requiere un enfoque especializado que se
refleje en el ámbito social, político, económico y normativo. No basta contar
con uno de los marcos jurídicos más garantistas, ni con avances en la creación
de pautas de actuación, sino que es prioritario centrar los esfuerzos en
fortalecer la capacidad operativa de las instancias de protección y restitución
de derechos de niñas, niños y adolescentes; invertir en capacitación de las
personas servidoras públicas para poner en marcha los protocolos generados;
garantizar el acompañamiento integral de niñas, niños y adolescentes víctimas
de violencia asociada con el crimen organizado; contar con los medios adecuados
para la reparación y restitución de sus derechos y ofrecer garantías de no
repetición. Todo con atención al principio de interés superior de la niñez.
El Estudio
enfatiza la necesidad de plantear medidas concretas para prevenir la
victimización e incorporar una perspectiva de derechos y protección coordinada
de niñas, niños y adolescentes, que incorpore necesariamente su opinión y la
participación de los sectores público, social y privado.
Séptima
conclusión. Se requieren investigaciones y estudios específicos sobre niñez y
adolescencia.
Se observó la
carencia de información sobre algunas problemáticas que afectan a la niñez y
adolescencia, entre ellas, investigaciones sobre el derecho a la educación y
crimen organizado.
También se
identifican temáticas, como el desplazamiento forzado y la desaparición de
personas, sobre las cuales es indispensable generar estudios específicos sobre
sus efectos en niñas, niños y adolescentes; mientras que en otros, como la
ausencia de cuidados parentales o la transmisión intergeneracional de la
pobreza por causa del crimen organizado, deben cambiar su enfoque, pues son
escasas las investigaciones que identifican ese fenómeno, así como en las trayectorias
educativas y laborales.
Octava
conclusión. La resiliencia frente a la violencia cotidiana de niñas, niños y
adolescentes se asume como un problema privado con el que cada persona y su
familia deben lidiar.
Esta forma de
reservar la angustia, el dolor y la exigencia de las familias al ámbito
privado, o la noción de que las historias sobre la victimización de niñas,
niños y adolescentes son situaciones excepcionales, nos impide ver cómo las
violencias que afectan la vida de una persona menor de edad a raíz del
incremento de la actividad criminal, no son sólo hechos aislados, sino
resultado de problemas estructurales que no son debidamente atendidos por el
Estado.
Detrás de
cada evento violento contra niñas, niños y adolescentes, se encuentra la
responsabilidad de autoridades y personas adultas que deberían tomar todas las
medidas de prevención y atención.
Sin importar
su modo de vida, niñas, niños y adolescentes serán siempre víctimas cuando se
incorporan a modos de vida de alto riesgo; cuando viven en su entorno familiar
la violencia de las instituciones; cuando son objeto de la violencia o
simplemente la negligencia de las autoridades. En las historias que se reúnen
en este Estudio, se aprecia el difícil tránsito de las y los protagonistas para
hacerse de un lugar en las vidas trastocadas por la violencia, las cuales son a
menudo, objeto de la incomprensión y la estigmatización sólo por su aparente
relación con la actividad delictiva.
Por ello se
busca visibilizar la vida cotidiana de las personas que, por lo general, vemos
representadas en las estadísticas. A través de ellas, se busca generar la
empatía de los lectores con sus protagonistas y con ello hacer un llamado para
superar la indiferencia por su situación.
III. Propuestas.
Ahora se
procede a referir de manera sucinta, las propuestas más relevantes para la
atención y prevención de este grave problema, precisando que éstas fueron
elaboradas con base en las aportaciones de personas expertas en materia de
derechos de la niñez y adolescencia, quienes se reunieron en grupos de enfoque,
y que forman parte de la academia, las organizaciones de la sociedad civil,
organismos internacionales e instancias públicas. En este sentido, algunas
propuestas consisten en lo siguiente:
Primera. Impulsar el
debate sobre modelos de crianza y el impacto de elementos estructurales como
tiempo de trabajo de familiares y el abandono a personas menores de edad.
Segunda. Impulsar
acciones preventivas focalizadas, más que reactivas para contener el fenómeno a
futuro.
Tercera. Elaborar
diagnósticos para la detección y atención de necesidades específicas de
víctimas directas e indirectas por las violencias generadas por el crimen
organizado y por el abandono institucional y familiar, y se subraya la
necesidad de un enfoque integral que aborde el tema en su complejidad.
Cuarta. Colocar como
prioridad en la agenda pública, el tema de desplazamiento forzado y comprender
las nuevas estrategias de control territorial que van de lo legal a lo ilegal
con organizaciones delictivas que controlan los intercambios de bienes y
servicios.
Quinta. Analizar en
su complejidad la articulación del crimen organizado, y comprender que en sus actividades
pueden estar involucrados una diversidad de actores privados, comunitarios,
sociales, e incluso personas servidoras públicos.
Sexta. Implementar
políticas destinadas a la reducción de la pobreza y las brechas de desigualdad,
pues son fundamentales para erradicar la violencia generalizada a través de la
creación de oportunidades de desarrollo para niñas, niños, adolescentes y sus
familias.
Séptima. Generar
oportunidades de estudio y de inserción al mercado laboral con salarios
competitivos para jóvenes e impulsar campañas para reducir la discriminación,
criminalización y estigmatización en su contra.
Octava. Canalizar
mayor presupuesto para la atención de niñas, niños y adolescentes, y
desarrollar una estrategia de mediano y largo aliento transexenal con personas
expertas, ante el reto que involucra enfrentar la violencia relacionada con el
crimen organizado y su impacto en niñas, niños y adolescentes.
Novena. Reforzar
ejemplos positivos relacionados con las artes, la ciencia y el deporte para niñas,
niños y jóvenes a nivel nacional y local, con el objetivo de reducir la
influencia local y captación por parte del crimen organizado e implementar
políticas para que padres o tutores dispongan de más tiempo para atender a sus
hijos.
Décima. Impulsar una
reforma y depuración profunda de las instituciones de procuración y
administración de justicia de fondo que permita acabar con la impunidad, la
corrupción e ineficacia. En la medida que la impunidad continué siendo la
regla, cualquier acción no tendrá los impactos deseados.
Décima primera. Consolidar
sistemas articulados de monitoreo, indicadores, evaluación de políticas
enfocadas en niñas, niños y adolescentes, así como el apuntalamiento de bases
de datos actualizadas, desagregadas y transparentes.
Décima segunda. Realizar
diagnósticos diferenciados cualitativos y cuantitativos en trayectorias de vida
y grupos de edad para focalizar la atención de niñas, niños y adolescentes en
sus distintas etapas, así como diagnósticos focalizados para la atención a
nivel estatal, municipal y comunitario considerando realidades locales, pero
articuladas a nivel nacional. Se debe entender que la investigación no es
gasto, sino una inversión.
Décima tercera. Articular
puentes y agilizar medios entre instancias de gobierno para compartir
información relacionada con el crimen organizado y la atención de la población
objetivo.
Décima cuarta. Fortalecer
el sistema educativo en su conjunto; ampliar opciones y espacios de inserción;
combatir la deserción escolar, así como diagnosticar y mapear las zonas
carentes de centros escolares, así como atender cinturones de exclusión en
zonas urbanas donde la falta de servicios y de presencia estatal normaliza la
desigualdad y la criminalización de jóvenes.
Décima quinta. Impulsar que
las universidades e instituciones de formación actualicen y renueven planes de
estudio para contar con los recursos humanos especializados para afrontar la
temática, y fomentar la educación por la paz y la justicia restaurativa.
Décima sexta. Actualizar
modelos de atención que rebasen la perspectiva asistencialista y que se
enfoquen más en la restitución de derechos de la infancia e implementar
programas especiales para niñas, niños y adolescentes que han quedado en
condición de orfandad por la violencia asociada al crimen organizado.
Décima séptima. Analizar la
atención que reciben personas menores de 18 años víctimas de violencia en los
Centros de Asistencia Social.
Décima octava. Impulsar que
los SIPINNAS a nivel municipal terminen de instalarse y que a su vez cuenten
con recursos y seguimiento suficiente.
Décima novena. Plantear
estrategias a nivel local que involucren la participación de familias y la
comunidad en su conjunto para restituir el tejido social y atender a víctimas
del crimen organizado y la violencia.
Vigésima. Articular
estrategias que atiendan a familias en situación de vulnerabilidad, como núcleo
primario de cuidado de niñas, niños y adolescentes, así como el desarrollo de
habilidades psicosociales de niñas, niños y adolescentes. Invertir en atención
a la salud mental de familias, niñas, niños y adolescentes víctimas de
violencia.
IV. Corolario
Se enfatiza
que la manera más adecuada de hacer frente a la violencia y la inseguridad en
México que afecta a las niñas, niños y adolescentes, es el diseño e
instrumentación de políticas públicas de carácter integral que tomen en
consideración las causas estructurales que originan esos problemas; el trabajo
directo sobre los factores de riesgo, así como el refuerzo en la protección
ciudadana desde un enfoque de derechos humanos.
El camino
hacia la legalidad debe acompañarse necesariamente de una transformación
social, pues el renacimiento de las comunidades que luchan contra el crimen
organizado, amerita una campaña de atención integral que abarque todo: la labor
de los medios de comunicación, la oferta cultural, la convivencia en las
escuelas y los espacios públicos, todo ello con el objetivo de crear una
conciencia cívica basada en el Estado de Derecho.
El trabajo
para lograr el cumplimiento efectivo de los derechos de la niñez y adolescencia
en nuestro país es arduo, y las alianzas y la actuación coordinada entre
autoridades, organizaciones de la sociedad civil y las comunidades son
indispensables.
Se debe trabajar por una transformación cultural
que considere estrategias eficientes que inhiban la comisión de ilícitos, desde
una perspectiva integral en la que participen todos los sectores, con el
objetivo de crear una conciencia cívica basada en el Estado de Derecho.
*Secretario Académico del Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM.