Lo de menos es que el decreto publicado en la edición vespertina del Diario
Oficial de la Federación del 23 de abril abunde en la retórica tan cara al
Presidente, incurra en lugares comunes, incluya la consabida declaración de fe
contra el neoliberalismo y padezca una redacción deplorable. Lo inadmisible son
sus despropósitos jurídicos. Parece claro —tenebrosamente claro— que al
consejero jurídico, Julio Scherer Ibarra, no se le dan la escrupulosidad legal
ni el talento estilístico.
El documento contiene las firmas del Presidente y los secretarios de
Gobernación, Hacienda y la Función Pública. Me pregunto qué habrá sentido la
secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien, como ministra de la
Suprema Corte, tuvo la misión de velar por que las autoridades observaran la
Constitución y las leyes que de ella emanan, si no se le habrá estremecido un
poquito la conciencia, al rubricar un decreto de esa índole.
El escrito propone medidas claramente inconstitucionales, como la
reducción de salarios y la eliminación del aguinaldo, y kafkianamente señala,
como supuesta medida de austeridad, que desaparecerán varias subsecretarías del
gobierno federal, pero los actuales subsecretarios no serán despedidos ni
perderán su salario. Entonces, ¿en qué se favorecerá la austeridad? ¿Qué tareas
se les van a asignar a los destituidos subsecretarios?
El texto contiene un curioso e inaudito artículo transitorio, sin
precedente hasta donde sé en la historia jurídica de México, el cual informa
que el decreto mismo se convertirá en una iniciativa de ley que se enviaría con
carácter de estudio prioritario y atención inmediata (y se envió esa misma
tarde). ¿Es que hacía falta un decreto previo para anunciar o presentar una
iniciativa de ley?
Pero lo más grave es que la iniciativa presidencial propone una adición
a la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad para que el secretario de
Hacienda esté facultado, con total discrecionalidad, a reorientar los recursos
del presupuesto de egresos en casos de emergencia económica “para destinarlos a
mantener la ejecución de los proyectos y acciones prioritarias de la
administración pública federal”.
La adición le permitiría al Presidente gobernar sin tener que tomarse la
molestia de ajustar sus actos a las normas aprobadas por el Poder Legislativo,
por lo que es sencillamente incompatible con el Estado de derecho de un régimen
democrático, en el que deben prevalecer los principios de legalidad y división
de poderes. La vigencia efectiva de tales principios es esencial e
imprescindible en una democracia, ya que persiguen el objetivo común de evitar
que el poder se ejerza arbitrariamente como ocurre en los gobiernos
autoritarios y en las tiranías de todo signo partidario o color ideológico. El
principio de legalidad obliga a toda autoridad a ceñir sus actos a lo
establecido en la ley. El principio de división de poderes establece que ningún
poder se puede concentrar en un solo individuo.
La Secretaría de la Función Pública se apresuró a sacar un comunicado
avisando que “emprenderá un conjunto de acciones estratégicas para vigilar el
estricto cumplimiento del decreto presidencial”. Habrase visto: un órgano
interno de control desempeñando tareas de comisario del Presidente para
asegurar, vigilando la aplicación de un decreto que aún no es ley, la violación
de los principios constitucionales y el Estado de derecho.
Como observa Pascal Beltrán del Río, si la iniciativa sale adelante “se
consumará un golpe a la separación de poderes y se abrirá la puerta a otras
reformas que rompan aún más el equilibrio político que requiere cualquier
democracia” (Excélsior, 29 de
abril).
La situación sanitaria y económica que estamos viviendo se pretende
aprovechar para menguar aún más nuestra ya zarandeada democracia. ¿Así que en
eso pensaba el Presidente cuando dijo que la pandemia le venía “como anillo al
dedo” a su gobierno? Es la excusa “para desactivar poderes e imponer
ideologías”, como advierte un grupo de distinguidos juristas (Juan Jesús Garza
Onofre, Sergio López Ayllón, Issa Luna, Javier Martín Reyes y Pedro Salazar, El
Universal, 27 de abril). Si prospera, la iniciativa dejará como adorno al
Poder Legislativo, lo que supone “un paso más hacia la dictadura”, alerta Pablo
Hiriart (El Financiero, 27 de abril).