La estatua de Cristóbal Colón en el centro de Los Ángeles fue retirada en un acto en virtud del cual la ciudad pretende quitarse de encima “la vergüenza” de honrar al almirante genovés. El concejal de la ciudad, Mitch O’Farrell, descendiente de una tribu de Oklahoma, encabeza un movimiento que considera inadmisible rendir homenajes a Colón porque “es falso el relato de que descubrió América, fue responsable de atrocidades y sus actos pusieron en marcha el mayor genocidio de la historia”.
En todos los países de América a donde llegaron los conquistadores españoles han surgido movimientos de similar inspiración. En el nuestro, la estatua de Colón en el Paseo de la Reforma ha intentado ser derribada en la conmemoración del 12 de octubre, sin embargo, no es sostenible que Cristóbal Colón haya sido un genocida. El genocidio consiste en la eliminación de un grupo étnico, nacional o religioso. Seguramente, el ejemplo más claro es el del exterminio de judíos en la Alemania nazi.
Colón no se propuso terminar con los indígenas. No tenía ningún interés en intentarlo. En cambio, le interesaba contar con ellos como mano de obra. Tuvo esclavos, es verdad, pero en una época en que la esclavitud era legal en el mundo y aún faltaban varios siglos para que quedara abolida… en los ordenamientos jurídicos, pues en la realidad aún subsiste marginalmente.
No puede juzgarse el pasado con las reglas y los valores del presente. Casi nadie se salvaría de la condena. Un ejemplo: nuestro admirado Fray Bartolomé de las Casas, quien, como advierte Borges con su acerada ironía, “tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”.
Entre los indígenas también existía la esclavitud. Los aztecas sojuzgaron a otros pueblos, esclavizaban a sus prisioneros, los sacrificaban y devoraban su corazón. Fueron sanguinarios y odiados por los pueblos sojuzgados. La conquista española en realidad fue obra del odio de pueblos indígenas contra el feroz dominio azteca, aborrecido desde la costa del Golfo hasta Oaxaca, desde Tabasco hasta los desiertos norteños.
¿Pero y lo que sucedió después de Colón? Bueno, nadie puede ser responsable de lo que pasa una vez que ha muerto, pero tampoco los conquistadores españoles fueron genocidas. La unión de los españoles y las indígenas da como fruto a los primeros mexicanos: ¡nosotros! Martín Cortés, hijo de doña Marina y Hernán Cortés, es simbólicamente el primer mexicano.
Como en todas las conquistas, murieron muchos conquistados en los combates y por la explotación de parte de los conquistadores, pero éstos jamás tuvieron el propósito de exterminarlos. Consumada la conquista, en relativamente poco tiempo entraron en vigor leyes que los protegían.
Es cierto que cuando Cortés pisó suelo, de lo que más tarde sería México, había en la región mesoamericana entre 15 y 30 millones de indígenas y al final del siglo XVI sólo quedaban dos millones. Pero las muertes no se debieron principalmente a la explotación y a las armas españolas, sino a una enfermedad desconocida que los mexicas llamaron cocoliztli (el mal o pestilencia en español).
Un estudio reciente con ADN antiguo ha identificado el patógeno: la salmonela, que causó más estragos que el sarampión, el tifus y las paperas. Hubo dos grandes epidemias, una en 1545, en la que se estima que murió el 80% de la población, y otra en 1576, en la que falleció el 45% de los cuatros millones de indígenas que quedaban.
Expertos alemanes en ADN antiguo y arqueólogos mexicanos hallaron en la Mixteca Alta de Oaxaca la bacteria salmonella enterica en los dientes de indígenas que murieron durante las epidemias (la investigación está publicada en Nature Ecology & Evolution). Los españoles eran inmunes. El patógeno ya existía en Europa: fue identificado en restos humanos enterrados en Noruega 200 años antes de los viajes de Colón.
Telón: sin el triunfo de Cortés —como advierte Luis González de Alba en Las mentiras de mis maestros (Cal y Arena)— no existiría el México actual ni la población actual. ¡No existiríamos nosotros! Ω