Gracias a todos, muchas gracias. Saben, resulta difícil creer que hayan pasado ocho años desde que vine a esta convención y les hablé de por qué pensaba que mi marido debía ser presidente.
¿Recuerdan cómo les hablé de su carácter y convicciones, de su decencia y talante? Cualidades que hemos visto cada día que ha servido a nuestro país en la Casa Blanca.
En aquella ocasión también les hablé de nuestras hijas, de que son el centro de nuestros corazones, de nuestro mundo. Durante nuestro periodo en la Casa Blanca fuimos felices de verlas crecer y pasar de ser unas alegres y agitadas niñas a serenas jovencitas, un viaje que empezó poco después de llegar a Washington.
En su primer día en su nuevo colegio, nunca olvidaré aquella fría mañana de invierno mientras veía cómo nuestras hijas, de 7 y 10 años, se apretaban dentro de aquellos todoterreno negros con todos aquellos enormes hombres armados. Miraba sus caritas pegadas a la ventanilla y lo único que pensaba era: ¿Qué hemos hecho?
En ese momento me di cuenta de que nuestra época en la Casa Blanca moldearía aquello en lo que más tarde se convertirían, y que según cómo gestionáramos esa experiencia, las formaría, o las quebraría. En eso pensamos Barak y yo cada día mientras tratamos de guiar y proteger a nuestras hijas de los desafíos de esta inusual vida en el primer plano. Les apremiamos a ignorar a aquellos que cuestionan el civismo o la honestidad de su padre.
Insistimos en que el lenguaje de odio que oyen de boca de personajes públicos en la televisión no representa el verdadero espíritu de este país.
Les explicamos que cuando alguien es cruel o se comporta como un matón, uno no se rebaja a su nivel. Nuestro lema es que cuando ellos caen bajo, nosotros apuntamos alto.
En cada palabra que pronunciamos, en cada una de nuestras acciones, sabemos que nuestras hijas nos están mirando. Como padres, somos sus máximos ejemplos. Y les diré que Barak y yo seguimos esa misma conducta en nuestros trabajos como presidente y primera dama porque sabemos que nuestras palabras y acciones importan, no solo para nuestras hijas, sino para los niños de este país, niños que nos cuentan: “Te he visto en televisión” o “he hecho una redacción sobre ti para el colegio”.
Niños como el pequeño negro que miró a mi marido con ojos llenos de esperanza y le preguntó: “¿Mi pelo es igual que el suyo?”
No se confundan, el próximo mes de noviembre cuando vayamos a las urnas, eso es lo que estaremos decidiendo. No demócratas o republicanos, no izquierda o derecha. En estas y en todas las elecciones se trata de quién tendrá el poder que moldeará las vidas de nuestros hijos durante los cuatro u ocho próximos años.
Estoy aquí esta noche porque en estas elecciones solo hay una persona en la que confío para asumir esa responsabilidad, solo una persona que está realmente preparada para ser presidenta de Estados Unidos, y es nuestra amiga Hillary Clinton.
Así es.
Confío en Hillary para llevar este país porque he visto su devoción por los niños de este país desde siempre, no solo su propia hija, que ha educado a la perfección, sino todos los niños que necesitan quien los defienda, críos que recorren un largo camino hasta la escuela para evitar a las bandas, niños que se preguntan si podrán pagar la universidad, niños cuyos padres no hablan una palabra de inglés pero sueñan con una vida mejor, niños que nos miran para saber quiénes son y en qué pueden convertirse.
Hillary ha pasado décadas haciendo el firme e ingrato trabajo de conseguir que sus vidas sean diferentes, defendiendo a niños discapacitados como joven abogada, peleando por que los niños tengan asistencia médica como primera dama, y por la calidad de la atención sanitaria infantil en el Senado.
Y cuando no fue nominada hace ocho años, no se enfadó ni desilusionó.
Hillary no hizo las maletas y se fue a casa, porque como verdadera servidora pública, Hillary sabe que esta es una tarea mucho más grande que sus propios deseos o decepciones. Dio un paso al frente con orgullo para servir a nuestro país de nuevo como secretaria de Estado, recorriendo el mundo para mantener seguros a nuestros hijos.
Podría haber decidido que este trabajo es demasiado duro, que el precio del servicio público es demasiado alto, que estaba cansada de ser machacada por su aspecto, por cómo habla o incluso por su forma de reír. Lo que más admiro de Hillary es que nunca se quiebra bajo presión. Nunca toma la salida fácil. Hillary Clinton no ha abandonado nada en toda su vida.
Cuando pienso en la clase de presidente que quiero para mis hijas y para todos los niños, esto es lo que quiero:
Quiero a alguien con la fuerza necesaria para perseverar, alguien que conozca este trabajo y se lo tome en serio, alguien que entienda que los asuntos que afronta un presidente no son de color blanco o negro ni pueden reducirse a 140 caracteres.
Cuando tienes los códigos nucleares al alcance de la mano y las fuerzas armadas a tus órdenes no puedes tomar decisiones apresuradas. No puedes tener la sensibilidad a flor de piel ni dar coces. Tienes que ser estable, comedido y estar bien informado.
Quiero un presidente con un expediente de servicio público, alguien cuyo trabajo muestre a nuestros hijos que no perseguimos la apariencia o el dinero, sino que luchamos por dar a todo el mundo la oportunidad de salir adelante.
Y volvemos incluso cuando nos cuesta porque sabemos que siempre hay alguien que lo pasa peor. Todo nos podría pasar a cualquiera de nosotros.
Quiero un presidente que muestre a nuestros hijos que todos importan en este país, un presidente que de verdad crea en la visión que nuestros fundadores tuvieron hace tantos años de que todos somos iguales, que cada uno de nosotros es una pieza amada de la gran historia de Estados Unidos.
Y cuando la crisis golpea, no nos atacamos entre nosotros. Nos escuchamos, nos apoyamos los unos en los otros porque juntos somos más fuertes.
Estoy aquí esta noche porque sé la clase de presidenta que será Hillary Clinton. Por eso en estas elecciones estoy con ella.
Para Hillary, ser presidenta significa solo y exclusivamente una cosa: dejar algo mejor para nuestros hijos. Así es como siempre hemos hecho avanzar este país, unidos en nombre de nuestros hijos, compañeros que entrenan de forma voluntaria a ese equipo o enseñan en aquella escuela dominical porque saben que es una labor de todos.
Héroes de todas las razas y religiones que se ponen el uniforme y arriesgan sus vidas para dejar como legado la bendición de la libertad, oficiales de policía y manifestantes en Dallas que quieren desesperadamente mantener a nuestros hijos a salvo. Gente que hacía cola en Orlando para donar sangre porque su hijo o hija podría haber estado en ese club. Líderes como Tim Kaine que enseña a nuestros hijos qué es la decencia y la devoción.
Líderes como Hillary Clinton, que tiene el coraje y el talante de volver una y otra vez hasta romper la barrera de la desigualdad de género, levantándonos a todos con ella.
Esa es la historia de este país, la historia que me ha traído a este escenario esta noche, la historia de generaciones de personas que sintieron los latigazos de la esclavitud y su vergüenza, la punzada de la segregación, pero que siguieron luchando y teniendo esperanza y haciendo lo que era necesario para que hoy yo me levante cada mañana en una casa construida por esclavos. Y miro a mis hijas, dos chicas negras inteligentes jugando con sus perros en el césped de la Casa Blanca.
Gracias a Hillary Clinton, mis hijas y todos nuestros hijos e hijas ahora dan por hecho que una mujer puede ser presidenta de Estados Unidos.
No dejen que nadie les diga nunca que este país no es grande, que debemos hacerlo grande nuevamente. ¡Ahora mismo es el mejor país del mundo!
Mientras mis hijas se preparan para salir al mundo, quiero un líder que sea digno de esa verdad, un líder digno de la promesa a mis hijas y a todos nuestros hijos, un líder que se guíe cada día por el amor y la esperanza y los sueños imposibles que todos tenemos para nuestros hijos.
En estas elecciones, no podemos sentarnos y esperar que todo salga bien. No podemos permitirnos estar cansados, frustrados o ser cínicos. Escúchenme. Desde ahora y hasta noviembre, necesitamos hacer lo mismo que hicimos hace ocho años y hace cuatro.
¡Tenemos que llamar a cada puerta, ganar cada voto, poner hasta la última pizca de nuestra pasión, fuerza y amor por este país en que Hillary Clinton sea elegida presidenta de los Estados Unidos de América!
Manos a la obra. Gracias a todos y que Dios les bendiga.
Fuente (28/07/2016):