El capitalismo neoliberal:
derechos débiles, democracias frágiles1

Michelangelo Bovero[2]

 En todas las constituciones existen principios reconocidos (más o menos) explícitamente como intangibles, que son invocados por las supremas cortes en sus sentencias más importantes, para preservar la estabilidad y la continuidad del ordenamiento.

            No obstante, en las últimas décadas el paradigma mismo de la democracia constitucional, esta grandiosa construcción de la cultura política y jurídica occidental de la posguerra —una cultura caracterizada por una pluralidad de aspiraciones contradictorias pero animada por una reacción moral compartida frente a la era de las tiranías que había marcado la primera mitad del siglo XX— ha sido fuertemente atacada y erosionada; y actualmente parece lesionada y deslegitimada. Como si la época de los derechos y de la democracia hubiese perdido su propia inspiración, su propia alma; como si el espíritu del tiempo soplara ya hacia otra dirección. Los derechos fundamentales se han revelado como derechos débiles, incapaces de resistir las ofensivas de la ideología dominante y triunfante del neoliberalismo, identificada por Luciano Gallino como la ideología totalitaria de nuestro tiempo. Una ideología que, por su propia naturaleza, es hostil a la idea misma de derechos fundamentales, pero también refractaria a la democracia. Es obvio que la mercadocracia totalitaria no puede tolerar que ciertos derechos sean sustraídos al mercado. Desde que comenzó a ejercer una influencia determinante sobre los gobiernos más poderosos del mundo el primer gobierno de Thatcher en 1979 y —el primer mandatario de Reagan en 1981— la ideología neoliberal se ha puesto como objetivo estratégico abolir los límites que vinculan el comportamiento económico capitalista, y en Europa, cancelar la garantía de los derechos sociales de la agenda política. Pero no sólo: al menos después de los sucesos del 11 de septiembre (si no antes), los derechos de libertad, las cuatro libertades de los modernos, también han sido atacados y erosionados, y  de facto, desclasificados del rango de derechos fundamentales, considerados disponibles y convertibles en algo distinto. Piénsese tan sólo en el éxito que ha tenido, en el lenguaje periodístico, la asombrosa figura del “intercambio entre libertad y seguridad”.

            Por lo que respecta a los derechos políticos, sobre los que se funda la democracia, a partir del famoso Informe de la Comisión Trilateral de Huntington, Crozier  Watanuki —que puede ser considerado como la piedra de toque originaria de la ideología neoliberal— se aconseja a las clases dirigentes neutralizar los efectos de tales derechos: quitando poder a los órganos representativos, o sea a los parlamentos, para impedir que respondan a las peticiones de los ciudadanos con promesas “excesivas” de gasto público, y reforzando, en su lugar, los poderes del vértice de los ejecutivos, que por supuesto deben ponerse en las manos sabias de los tecnócratas, rigurosos a la hora de obedecer los imperativos del capitalismo global. Un capitalismo hundido en una crisis absurda y espantosa, y que, no obstante, se salva e incluso adquiere nueva fuerza acrecentando el malestar social, la pobreza, la desesperación de pueblos enteros, como demuestra el caso de Grecia, y silenciando las protestas democráticas con el abrazo mortal de las, así llamadas “ayudas económicas”. A pesar de las muestras de indignación, de resistencia, de rebelión, parece que el tiempo de los derechos y de la democracia se encuentra en su ocaso.

            Quizá la visión de Bobbio era, inconscientemente, una visión crepuscular, como aquella que según Hegel es propia de toda gran filosofía: la visión de la lechuza, el búho de Minerva, que inicia su vuelo al atardecer y con su vista aguda logra capturar la figura entera de un mundo y de un tiempo que ya se ha cumplido. Una visión, ésta del tiempo de los derechos y de la democracia, que aún es la nuestra, que todavía hacemos nuestra, pero que viene acompañada ahora por una especie de conciencia melancólica sobre su desvanecimiento, y por el temor a la oscuridad. No logramos percibir nuevos perfiles, nuevos colores. Quizá por eso tenemos una visión en negativo, una representación de nuestro mundo y nuestro tiempo por defecto: derechos débiles, democracias frágiles

            No obstante, nos resistimos a dejar de creer en los principios en los que, hasta ahora, hemos creído y aún seguimos creyendo. Nos obstinamos en creer que es necesario superar la debilidad y la fragilidad, en no abandonar los derechos y la democracia. Éstos recibirán, deberán recibir un nuevo vigor por obra de las nuevas generaciones, quizá en otras formas y con otros colores, el amanecer de un nuevo día. Ω 

 

[1] Parte 4 de la conferencia “Derechos débiles, democracias frágiles. Sobre el espíritu de nuestro tiempo.”, dictada por el autor el 27 de noviembre de 2015 en la sede del Instituto Nacional Electoral (INE) en la Ciudad de México. Tomada de la edición realizada por el INE, Conferencias . 24 Temas de democracia, México, INE, 2016.

[2] Doctor en filosofía por la Universidad de Turín, discípulo de Norberto Bobbio. Entre su obra destacan: Contra el gobierno de los peores, Hegel y el problema político moderno y Teoría de las élites.