I. Primera pregunta
¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces? ¿Qué llegarás a ser? Son preguntas que se deben hacer a todos los seres del universo, pero a las que ninguno de ellos nos contesta. Pregunto a las plantas qué virtud las hace crecer y cómo el mismo terreno produce frutos tan diversos. Esos seres insensibles y mudos, aunque enriquecidos con una facultad divina, me dejan sumido en mi ignorancia y en mis vanas conjeturas.
Interrogo a esa multitud de animales diferentes, todos los cuales tienen movimiento y lo comunican, que gozan de las mismas sensaciones que yo, que están dotados de ideas y de memoria y de todas las pasiones. Saben aún menos que yo lo que son, por qué son, lo que llegarán a ser.
Sospecho, incluso tengo motivos para creer que los planetas que giran en torno a soles innumerables que llenan el espacio están poblados por seres que sienten y piensan; pero nos separa una barrera eterna y ninguno de esos habitantes de otros globos se ha comunicado con nosotros.
El señor prior, en el Spectacle de la nature ha dicho al señor caballero que los astros estaban hechos para la tierra, y la tierra, así como los animales, para el hombre. Pero como el pequeño globo de la tierra gira con los demás planetas en torno al sol; como los movimientos regulares y proporcionales de los astros pueden subsistir eternamente sin que haya hombres; como hay en nuestro pequeño planeta infinitamente más animales que semejantes míos, he pensado que el señor prior tenía un exceso de amor propio al creer que todo había sido hecho para él; he visto que el hombre, durante su vida, es devorado por todos los animales si está indefenso, e incluso que todos lo devoran después de su muerte. Esto ha hecho que me cueste mucho trabajo concebir que el señor prior y el señor caballero fuesen los reyes de la naturaleza. Esclavo de todo lo que me rodea, en lugar de ser rey, encerrado en un punto y rodeado por la inmensidad, empiezo por buscarme a mí mismo.
II. Nuestra debilidad
Soy un débil animal; al nacer no tengo ni fuerza, ni conocimiento, ni instinto; incluso no puedo arrastrarme hasta el pecho de mi madre, como hacen todos los cuadrúpedos; sólo adquiero algunas ideas a medida que adquiero un poco de fuerza, cuando mis órganos empiezan a desarrollarse. Esta fuerza se incrementa en mí hasta el momento en que, no pudiendo crecer más, disminuye de día en día. Ese poder de concebir ideas aumenta igualmente hasta su término y luego se desvanece insensible y gradualmente.
¿Cuál es la mecánica que aumenta momento a momento las fuerzas de mis miembros hasta el límite prescrito? Lo ignoro; y aquellos que han pasado la vida buscando esta causa no saben más que yo.
¿Cuál es ese otro poder que hace entrar imágenes en mi cerebro, que las conserva en mi memoria? Aquellos que han recibido la misión de averiguarlo lo han buscado inútilmente; estamos todos en la misma ignorancia de los primeros principios en que nos encontrábamos en la cuna.
III. ¿Cómo puedo pensar?
¿Me han enseñado algo los libros escritos desde hace dos mil años? A veces sentimos deseos de saber cómo pensamos, aunque raramente tengamos ganas de saber cómo digerimos, cómo andamos. He interrogado a mi razón, le he preguntado lo que es: esta pregunta siempre la ha dejado confusa.
He tratado de descubrir por medio de ella si los mismos resortes que me hacen digerir, que me hacen andar, son aquellos por medio de los cuales tengo ideas. Jamás he podido concebir cómo y por qué estas ideas se esfumaban cuando el hambre hacía languidecer mi cuerpo y cómo renacían después de haber comido.
He visto una diferencia tan grande entre los pensamientos y la comida, sin la cual yo no pensaría, que he creído que había en mí una sustancia que razonaba y otra sustancia que digería. Sin embargo, al querer seguir demostrándome que somos dos, he sentido vagamente que soy uno solo; y esta contradicción me ha producido un gran dolor.
He preguntado a algunos de mis semejantes que cultivan la tierra, nuestra madre común, con mucha habilidad, si sentían que eran dos, si habían descubierto por su filosofía que poseían en ellos una sustancia inmortal y formada sin embargo de nada, que existe sin ocupar espacio, que actúa sobre sus nervios sin tocarlos, enviada expresamente al vientre de su madre seis semanas después de su concepción; creyeron que me quería burlar de ellos y continuaron labrando sus campos sin contestarme.
IV. ¿Me es necesario saber?
Viendo por lo tanto que una cantidad prodigiosa de hombres no sólo no tenía la menor idea de los problemas que me preocupaban, sino que ni siquiera sospechaban lo que se dice en las escuelas del ser general, de la materia, del espíritu, etc.; viendo incluso que se burlaban a menudo de lo que yo quería saber, he sospechado que no era necesario en absoluto que lo supiéramos. He pensado que la naturaleza ha dado a cada ser la porción que le conviene; he creído que las cosas que no podemos alcanzar no son de nuestra incumbencia. Pero, a pesar de esta decepción, no cejo en mi deseo de ser instruido, y mi curiosidad engañada sigue siendo insaciable.
Fuente:
Voltaire. Opúsculos satíricos y filosóficos. Madrid, ediciones Alfaguara, 1978, pp. 107-109.