En su bien documentado y argumentado libro El Papa Francisco: del conservadurismo al reformismo (Fontamara, 2016), Jorge Gutiérrez, experto en los temas de El Vaticano, destaca dos características del quehacer del primer Papa latinoamericano: su interés por los graves problemas que afectan a la humanidad y su actitud de no limitarse a describir las desventuras del género humano sino atreverse a cuestionar a personas e instituciones que les dan vida o las fomentan.
El Papa ha dicho: “¿Pueden ser felices quienes siendo responsables de personas se dejan corromper? ¡No!”. Tampoco pueden serlo “aquellos que viven del tráfico de seres humanos, del trabajo esclavo o fabricando armas”. A unos y otros les ha advertido que un día serán llamados “a rendir cuentas ante Dios sin llevar consigo el dinero, el poder y todos los bienes materiales que han acumulado”.
Por otra parte, el Papa desmontó, desde el primer momento y sin contemplaciones, la impunidad de la pederastia sacerdotal, y puso en marcha la reforma económica contra el lavado de dinero y otras operaciones irregulares en diversas instituciones pontificias.
Mención especial merece la tolerancia y la apertura de Francisco hacia aquellos que durante siglos han sido objeto de los anatemas de la Iglesia católica. Ésta puede ser señalar críticamente los males del mundo, pero no puede hacer nada por resolverlos por mucho que manifieste su solidaridad con los sufrientes. En cambio, en sus manos está levantar las condenas a quienes han pecado sin quebrantar la ley secular.
El Papa se ha negado a rechazar a los homosexuales (“¿quién soy yo para condenarlos?”, se preguntó), abrió las puertas a los divorciados y autorizó la absolución de las mujeres que han abortado. Ningún Papa lo había hecho. Para haberse atrevido se requería, como escribió Héctor Aguilar Camín, elocuencia, valor y generosidad (Milenio diario, 10 de febrero). El Papa lo dijo en otros términos: para leer la realidad hay que “abrirse al Espíritu Santo con coraje apostólico, humildad evangélica y oración”.
Es verdad, como relata Jorge Gutiérrez, que el sínodo ordinario acordó que los casos de los divorciados debían analizarse uno por uno y que los eventuales beneficiarios tendrían que realizar un examen de conciencia que implica reflexión y arrepentimiento, y que respecto de los matrimonios homosexuales el rechazo fue tajante: “No existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia”.
Pero, aun así, los eternamente excluidos saben ahora que cuentan con la comprensión del Sumo Pontífice, y eso bastará para que puedan sentirse de nuevo parte de la grey católica, readmitidos nada menos que por el Papa.
En Estados Unidos y en México, Francisco denunció con coraje apostólico situaciones inaceptables de injusticia. En nuestro país clamó contra la corrupción y los traficantes de la muerte y demandó un país “donde no haya la necesidad de emigrar para soñar, de ser explotado para trabajar, de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”.
Pero me sorprendió que, en contraste, el Papa hubiera omitido en Cuba toda alusión crítica a la dictadura que gobierna ese país, no obstante que la policía impidió que acudieran a sus actos las Damas de Blanco y demás opositores. En proporción al número de habitantes, la isla ha tenido una mucho mayor diáspora que la mexicana, y quienes han huido también se han visto obligados a arriesgar la vida, inconformes con un método de gobierno que, por decirlo con palabras de Rubén Cortés en su conmovedora crónica Un bolero para Arnaldo. Memoria personal de Cuba (Cal y Arena, 2015), desde 1959 “eliminó cualquier institucionalidad civil, religiosa, cultural o no gubernamental que pudiera sustituirlo”. Para los disidentes hostigados o privados de su libertad hubiera sido alentador escuchar que el Papa reprueba que se les persiga o se les encarcele.
Si el Papa ha optado por ocuparse de los asuntos de este mundo, debe condenar cristianamente todo atropello a la justicia, la libertad y la dignidad humana, sin distingos ideológicos.