Hace 42 años, el grupo paramilitar denominado Los Halcones agredió con saña criminal una marcha estudiantil. El ataque ocasionó varios muertos. Los homicidios quedaron impunes. Ningún halcón fue detenido.
En la concentración convocada para conmemorar aquel episodio funesto, un grupo de jóvenes, varios de ellos encapuchados, atacó a los policías comisionados para resguardar el orden durante el acto. Las escenas son estremecedoras. Los manifestantes ponen su mejor esfuerzo por causar el mayor daño posible a los agentes.
Una imagen resulta particularmente espeluznante: un enmascarado dispara con un spray una llama al rostro de un policía. ¿Qué corazón hay que tener para realizar una conducta como esa?
Los policías que vigilan la manifestación tienen instrucciones precisas de no tocar ni con el pétalo de una rosa a los reunidos, no obstante que éstos se empeñan en lesionarlos severamente. Son hombres de origen humilde, que perciben un salario modesto y que no hacen más que cumplir con su tarea.
¿Qué veneno hay que tener en la mente y en el alma para embestirlos de esa manera? ¿Qué satisfacción podría dar a los agresores partirle la cabeza o quemarle la cara a un policía?
Si la agresión de Los Halcones contra una marcha pacífica es inolvidable, se debe a que el halconazo fue brutal: un contingente adiestrado para agredir, organizado y remunerado, disolvió una manifestación con extrema brutalidad.
El ataque contra los policías me recuerda el halconazo, con la diferencia de que ahora fueron los manifestantes los que perpetraron actos de violencia desmedida.
Es verdad: los halcones eran mercenarios. ¿Y qué son quienes acuden a todas las agresiones colectivas de índole política? Muchos de ellos hicieron de las suyas durante la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto, y en las tomas del edificio de la Rectoraico delito es estar cumpliendo con su deber. a quienes protestaban. Los vron actos de violencia desmedida.
que no hacen msibleía de la UNAM y de la Dirección General del CCH. Varios están inscritos en alguna universidad o en algún bachillerato, pero se han fosilizado en sus escuelas y ya no están en edad de que los mantengan sus padres. ¿Siguen dependiendo de sus progenitores, tienen algún empleo, reciben recompensa por hacerse presentes cada que se les llama?
Es cierto: los halcones apalearon y balearon a quienes protestaban. Y los vándalos de ahora agreden bárbaramente a policías que no les hacen daño y cuyo único delito es estar cumpliendo con su deber.
La similitud entre unos y otros atacantes es la inaudita ira que ponen en sus arremetidas, el desprecio por la integridad y la vida de los agredidos, el rencor social que se lee en sus talantes y sus acciones, la prepotencia de quien sabe que puede delinquir impunemente.
Es una paradoja sumamente extraña: una manifestación organizada para repudiar el halconazo de hace más de cuatro décadas culmina con un asalto digno de Los Halcones. Varios policías y dos funcionarios del GDF resultaron heridos. ¿Habrá presión social exigiendo castigo para sus verdugos? Seguramente no, pues no es políticamente correcto demandar castigo para quien lastima a un agente policiaco. Eso sería “criminalizar la protesta social”. Ω