(Entrevista)
Mario Bunge: “El psicoanálisis y otras seudociencias son dañinos”1

Alejandro Rebossio

A sus 95 años, el filósofo, físico y epistemólogo argentino Mario Bunge desayuna escribiendo sobre las ideas que pensó la noche anterior. El autor de La ciencia, su método y su filosofía (1960), La investigación científica (1967) y los ocho volúmenes de Tratado de filosofía (1974-1989), entre otros 70 libros, bebe después café y come yogur. Segundo ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, en 1982, Bunge propuso que EL PAÍS lo ganara al año siguiente, pero evita las noticias por la mañana. Contesta en su casa de Montreal correos electrónicos y lee revistas científicas, en especial tres, Science, Nature y American Sociological Review, que recibe en forma gratuita después de superar los 50 años de suscripción. Almuerza las ensaladas y el pan con jamón o salmón ahumado que le prepara su segunda esposa, Marta, 19 años menor que él, exalumna de un curso de filosofía en su natal Buenos Aires. Duerme una siesta de no más de una hora y después vuelve a trabajar. Sale poco desde que hace cinco años se jubiló como profesor en la Universidad McGill. A veces va allí a recibir visitantes y exestudiantes. Por la noche mira dos telediarios: “Me interesan, pero son bastante malos: uno es el de la BBC, que antes era bueno, y el otro es el de la NBC, que se ha olvidado del resto del mundo y habla solo de EE UU”. Cena liviano y disfruta con su mujer de alguna de las películas que ella compra en DVD.

En esta rutina diaria ha encontrado tiempo para escribir su vida y resumir su pensamiento en el libro Entre dos mundos. Memorias. Son varios sus universos intelectuales, pero dos los espacios: el de sus primeros 44 años de vida en su país y los siguientes 51 en el exilio en EE UU (1963-1965), Alemania (1965-1966) y Canadá (desde 1966), una emigración que comenzó por el temor a un golpe militar que finalmente ocurrió cuando él llegó a este último país. “He cambiado bastante de pensamiento”, cuenta Bunge mientras bebe un zumo de naranja en el porteño Café del Lector, al lado de la Biblioteca Nacional. “Cuando era joven tenía esperanzas en el socialismo autoritario, en la revolución, en todo eso. Todas esas esperanzas se evaporaron. Mi actitud hacia la filosofía marxista ha cambiado mucho. Hice una crítica detallada de la dialéctica, núcleo de la filosofía marxista. La dialéctica es confusa y, en el mejor de los casos, falsa. En el peor de los casos, no se entiende”, opina Bunge. Ahora se define como “socialista, democrático, participativo, cooperativo”: “Creo que el capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible. Por ejemplo, la productividad de todos los sectores industriales se ha duplicado en los últimos 50 años, pero los salarios se han mantenido constantes. O sea, que se han beneficiado unos pocos. Los ricos se han hecho más ricos y los pobres se han quedado igual o peor. Por este lado los marxistas tienen razón, pero la alternativa que proponen no es viable porque confunden socialización con estatización y lo ideal no es que el Estado sea patrón, sino que los trabajadores sean los patrones, que los que trabajan posean y administren sus empresas, un poco lo que ocurre con la pyme familiar”.

Bunge ha tenido cuatro hijos en dos matrimonios —su segunda esposa ha escrito un apéndice de Memorias sobre su vida con él— y solo se arrepiente de algunas participaciones en política: “Mis incursiones en política fueron todas muy breves, casi todas equivocadas, incluyendo mi participación en la Unión Democrática, el frente antiperonista en [las elecciones presidenciales de] 1945”. En 1951 cayó una semana preso por su oposición al peronismo. Unos 63 años después, el filósofo y físico viene a Buenos Aires y ofrece varias conferencias, incluida una por invitación del ministro de Ciencia del Gobierno de la peronista Cristina Fernández de Kirchner, Lino Barañao. “No creo que el doctor Barañao sea peronista. Está haciendo una administración muy buena y si hay algo rescatable de los Gobiernos kirchneristas [desde 2003] es el apoyo a la ciencia. Son los primeros Gobiernos de la historia argentina que apoyan a la investigación científica”, destaca Bunge, aunque después aclara que, tras media vida en el extranjero, ya no comprende la política argentina. “El peronismo es lo mismo que el catolicismo: se va adaptando a las nuevas circunstancias”, razona este pensador ateo con la voz tenue de su edad. De lo que no se arrepiente es de su participación en la campaña en contra de la independencia de Quebec.

El centro de la vida de Bunge ha sido la docencia y la investigación en una decena de universidades del mundo, incluidas las de Pensilvania y Friburgo. De adolescente le apasionó la lectura, el saber y la crítica; comenzó graduándose en Física en la Universidad de La Plata, donde fue alumno del escritor Ernesto Sábato, y poco después incursionó en la filosofía. Así define su legado: “No se limita a la filosofía y a la ciencia, incluye también metafísica, teoría del conocimiento, ética y filosofía política. Mi principal aporte es construir un sistema filosófico con algunas ideas nuevas que no se limitan a comentar las ideas de otros, que es lo que ocurre con los autores de filosofía. Es una filosofía nueva caracterizada, primero, por el realismo. El realismo filosófico tiene la tesis de que el mundo exterior no preexiste y existe de por sí, sin nuestra ayuda, excepto lo artificial, los artefactos humanos, y entre los artefactos incluyo a la sociedad, lo hecho por la gente y no por la naturaleza. Segundo, es una filosofía materialista, es decir, la tesis de que no hay objetos inmateriales, sueltos, desencarnados, todo lo material es real. En particular, las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro. Tercero, el sistemismo, o sea, encarar los problemas gordos de manera sistémica y no fragmentaria, no contentarse con el análisis, sino hacer síntesis. Cuarto, cientificismo. La tesis de que todo lo que se puede conocer se puede conocer mejor usando el método científico, empezando por las ciencias sociales. Por ejemplo, hacer historia o sociología con números, estadísticas”. Una vez alguien le reprochó en una universidad australiana: “Pero usted está comprometido con el paradigma numérico”. “Sí, señor. No es lo mismo una pareja, una aldea de 500 personas o una ciudad de 5 millones. Tienen problemas diferentes”, respondió Bunge.

Este porteño que se ha ganado amigos y enemigos en su vida académica es muy crítico con lo que él llama seudociencias, asunto que lo obsesiona desde joven. “Hay seudociencias muy destructoras. Por ejemplo, la astrología es inofensiva. En cambio, hay seudociencias muy dañinas, como el psicoanálisis, la teoría económica estándar, todas las medicinas alternativas. Aunque los productos homeopáticos sean pura agua, la práctica homeopática impide que el enfermo se haga tratar en forma científica y entonces la enfermedad prosigue. No tratar una enfermedad es tan malo como tratarla mal. Un cáncer no va a desaparecer por unas gotitas de agua con colorante”, advierte Bunge.

En su país, donde aún reina el psicoanálisis, este hijo de un diputado socialista de antepasados alemanes y de una enfermera inmigrante de un pueblo cerca de Hannover escribió su primer documento contra el pensamiento de Sigmund Freud a los 16 años. “Argentina será el último reducto del psicoanálisis. Las Facultades de Psicología están dominadas por lacanianos. Una vez puse en un libro en francés ‘charlacanismo’ y el corrector puso charlatanismo, creía que era un error mío. No, no lo era”, sonríe el pensador, muy crítico también con su propia disciplina: “La filosofía está muy venida a menos, a diferencia de cómo avanzan la matemática, la química, la biología, la historia con números, o cliometría. Hay demasiadas cátedras de filosofía casi todas ocupadas por comentaristas, especialistas en Kant, Hegel, Spinoza, Descartes, Aristóteles, Marx. Ninguno se propone forjar ideas nuevas”.

También reprocha a los filósofos morales contemporáneos: “Desde la guerra de Vietnam se han ocupado de problemas específicos mucho más que antes. Se siguen ocupando muchísimo de problemas de la moral individual, pero los problemas éticos principales son los que afectan a grandes núcleos de población. Por ejemplo, me parece mucho más importante el problema de la mala salud en sectores muy grandes o el de la difusión de la droga, que no se arregla con solo decirles a los chicos que no se droguen, sino que hay que ir a la raíz, al comercio de la droga. Habría que reglamentarlo, en lugar de dejarlo en manos de los delincuentes, como pasa en México y Estados Unidos”. Ω