En el relato Parábola del trueque, de Juan José Arreola, un mercader recorre las calles del pueblo al grito de “¡Cambio esposas viejas por nuevas!” Las transacciones se hacen a precios inexorablemente fijos. Los interesados reciben pruebas de calidad y certificados de garantía. Las mujeres, según el comerciante, son de veinticuatro quilates. Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corren desaforados en pos del traficante. El pueblo respira una atmósfera de escándalo. Muchos quedan arruinados. Sólo un recién casado puede hacer cambio a la par, pues su esposa está flamante
Un solo hombre en el pueblo se queda en su casa con los pies clavados en el suelo, cerrando los ojos y los oídos a la oportunidad. Aunque su mujer parece tranquila, él, que la conoce, puede advertir su tenue, imperceptible palidez. Cenan en silencio, incapaces de cualquier comentario, hasta que al fin ella le pregunta por qué no la cambió. Él no puede contestarle. Los demás hombres no se separan de sus nuevas esposas, obedientes y sumisos. Él pasa por tonto y pierde los pocos amigos que tenía. Su esposa se vuelve silenciosa y retraída, pues se siente responsable de que él, al que sabe incapaz de apartar la imagen de la tentación, no tenga una mujer como los otros.
Pues bien, lo que en ese cuento es fruto de la poderosa imaginación de Arreola, se ha vuelto realidad. Según informa El País en su edición del 18 de marzo de este año, en el suburbio de San Marcos, cerca de San Diego, California, la empresa Abyss fabrica las muñecas sexuales anatómicamente más realistas del mundo. Los ojos, pintados a mano, tienen un realismo sorprendente. El tacto, sin dejar de ser de goma, es suave y poroso. Se comercializan bajo el nombre de RealDoll y cuestan entre cuatro mil y ocho mil dólares, dependiendo del nivel de personalización. Se envían a clientes de todo el mundo.
Matt McMullen, máximo responsable de Abyss, llama acompañantes a las muñecas y se propone darles personalidad, “crear la ilusión de la vida”. En el taller hay una muñeca que no se parece a las demás. Le salen cables por el cuello y está conectada a un iPad. Es Harmony, la primera muñeca de este tipo con inteligencia artificial. Mueve las cejas y la boca, mira y gira la cabeza. Pero lo portentoso está en el cerebro, una aplicación en la que el usuario podrá programar qué personalidad quiere para su compañera. A través de la inteligencia artificial, Harmony irá conversando y aprendiendo sobre los gustos del usuario, quien creará así su propio personaje. La cabeza costará ocho mil dólares y se podrá montar sobre cualquier cuerpo de RealDoll.
McMullen entiende que sus productos satisfarán necesidades básicas del ser humano, origen de frustraciones, satisfacciones y obsesiones muy complejas. “Todo lo que hacemos está pensado para ayudar a alguien en algún sitio. Es más profundo de lo que la gente piensa. La muñeca inteligente será útil para gente que no es capaz de establecer conexiones sociales. Muchos de mis clientes me han contado la relación que tienen con las muñecas y he visto que son más que un juguete sexual. Es como una terapia contra la soledad. Recibo cartas que me cuentan que la muñeca les ha dado una vida mejor”.
Santo y bueno todo aquello que, sin dañar a nadie, sirva para superar problemas o limitaciones, atenuar la soledad, apasionarse, ejercer las obsesiones, relajarse o pasarla bien: los libros, la música, el ejercicio, el vino y demás bebidas espirituosas, los paseos, los rezos, el canto, la meditación, las cantinas, los cafés, la afición a un deporte, los masajes, las mascotas, los juegos, las caminatas, el cine, la radio, la televisión, la sicoterapia… Disfrute a su muñeca (o muñeco, también los hay) quien pueda comprarla y la encuentre divertida. No tendrá que esforzarse en seducirla ni excitarla, ni siquiera en buscar palabras cariñosas. Ella nunca estará de mal humor ni sombría, ni tendrá jaqueca. Jamás hará reclamo alguno. Siempre estará dispuesta. Pero…
El mayor deleite del erotismo no podrá proporcionarlo la muñeca, pues tal delicia suprema no es el mero placer táctil onanista de uno mismo, sino el que se experimenta al sentir, al unísono del propio, el temblor extasiado del otro cuerpo.