Se repite en redes sociales y en conversaciones que jamás habíamos estado tan mal como hoy y que no podríamos estar peor. Es curioso que entre quienes se quejan de su propia situación hay personas cuyas cuentas bancarias son abultadas, vacacionan en el extranjero y son dueñas de varios automóviles y varias casas.
En un aspecto muy importante estamos más mal que hace una década: el de la inseguridad. Mientras que en los países más avanzados la criminalidad ha venido descendiendo espectacularmente, en los de América Latina, salvo excepciones, se ha disparado. No consuela que nuestra incidencia delictiva sea mucho menor que la de Venezuela, Honduras, El Salvador, Guatemala, Colombia y Brasil. Además, la gran mayoría de los delitos graves permanece en la impunidad.
La corrupción, que con tanta razón indigna, no es mayor que la de antaño, pero ahora se nota más pues los medios de comunicación la exhiben sin miramientos y varios peces gordos están en prisión por corruptelas o fuera del país para eludir la acción penal. Nunca como hoy tantos exgobernadores habían estado presos.
En materia de derechos humanos, la institución del ombudsman ha sido un instrumento apto para defenderse de atropellos de servidores públicos contra los que antes sólo quedaba la resignación resentida. Por su parte, la Suprema Corte ha dictado resoluciones que amplían el goce de los derechos, como la que avala el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Es verdad, en la llamada guerra contra las drogas se han cometido abusos, pero no perdamos de vista que decenas de servidores públicos han sido consignados por cometerlos y que las fuerzas de seguridad, al enfrentar a enemigos sin escrúpulos, actúan bajo estrés y riesgo extremos.
Mientras que por los hechos del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971 no hubo una sola consignación, por los de Iguala ––respecto de los cuales la versión oficial se refuerza cada vez más— hay más de 100 detenidos sometidos a proceso, incluyendo capos, sicarios, policías municipales, el entonces alcalde y su cónyuge.
En 1990, murieron 90 madres por cada 100 mil nacimientos; en 2015, 34. En 1990, murieron 32 niños por cada mil nacimientos; en 2015, 12. En 1930, la esperanza de vida era de 34 años; en 1950, de 49; en 1960, de 61; en 2000, de 74, y en 2015, de 75. Las muertes por enfermedades infecciones y parasitarias en 1950 constituían el 34.6% del total de fallecimientos; en 2015, el 2.5%.
En el actual sexenio se han creado 3,300,300 nuevos empleos formales, casi la misma cantidad que en los 12 años previos, y el desempleo bajó de 4.8% a 3.4%. Los salarios mínimos aumentaron 18% en términos reales. La pobreza extrema descendió de 11.3% a 7.6%. La cantidad de personas con acceso a banda ancha móvil subió de 27 millones a 77 millones. Los servicios de salud dan atención a cinco millones más de mexicanos.
Entre 2013 y 2017, la inversión extranjera directa acumulada es de 172 mil millones de dólares, 50% más que en la administración anterior, sin contar los 175 mil millones comprometidos en virtud de las oportunidades generadas por el nuevo modelo energético. Las exportaciones mexicanas llegaron en 2017 a 400 mil millones de dólares y la economía lleva ocho años consecutivos de crecimiento.
En virtud de la Reforma Educativa se invirtieron 132 mil millones de pesos en infraestructura escolar, se han alcanzado las tasas de cobertura más altas en educación básica, media y superior; se han asignado 190 mil plazas docentes y promociones exclusivamente por méritos y concurso, y se ha evaluado a 1,241,000 profesores.
¿Peor que nunca? Solamente en las charlas en las que la percepción crispada o la inercia imitativa suplen a los datos de realidad y en los discursos demagógicos de quienes añoran un pasado que no fue mejor, pero en el que un ensueño regresivo los mantiene empantanados.
¿Deficiencias, rezagos? Muchos, y no superables con una varita mágica. No podemos acostarnos como México y despertar como Finlandia. Pero podemos seguir adelante enmendando lo que haya que enmendar. Es urgente, sobre todo, abatir la criminalidad, la impunidad y la pobreza extrema.
¡Ah! Y para los que dicen que no se puede estar peor: volteemos a ver a Venezuela.