En virtud de que los conquistadores trajeron a nuestra tierra el cerdo y los mexicas o aztecas pusieron la tortilla —interpreta la senadora Jesusa Rodríguez—, cada que alguien saborea unos tacos de carnitas está celebrando la caída de la gran Tenochtitlan. Supongo que el rey de España tendría que pedir perdón a los pueblos indígenas por el goce de ese antojito.
Creo que nadie en la actualidad cena pozole con carne humana en lugar de carne de cerdo, pero si alguno así lo acostumbrara seguramente la senadora quedaría convencida de que el cenador estaría festejando el auge de aquella ciudad prehispánica.
Siguiendo la misma línea de razonamiento, cada que Jesusa Rodríguez se identifica con su credencial de electora, su licencia de manejo o su pasaporte, documentos en los que, obviamente, consta su nombre (de otro modo no serían aptos para identificarse), o cada que pronuncia un discurso en el Senado, puesto que, invariablemente, los pronuncia en español, está enalteciendo la conquista española.
Para no incurrir en tan vergonzoso pecado tendría que cambiar su nombre y adoptar uno náhuatl, lo cual no sólo es jurídicamente viable sino relativamente sencillo acudiendo al Registro Civil, y hablar asimismo en náhuatl, la lengua de nuestros antepasados mexicas, lo cual también es posible, aunque, eso sí, tendría que contar con un traductor, pues, de otro modo, no se haría entender por la inmensa mayoría de los mexicanos.
Continuando con su interpretación gastronómica, la senadora de Morena, para no encomiar la caída de la metrópoli azteca, tendría que abstenerse del pan, el trigo, el arroz, la cebada, la avena, las naranjas, los limones, las zanahorias, las sandías, los mangos, los duraznos, los melones, las cebollas, los ajos, el aceite de oliva, los vinos y un largo etcétera: todo eso se lo debemos a los conquistadores (también la leche, los quesos, las vacas, las cabras y los borregos, pero se sabe que la legisladora es vegana).
Por otra parte, si Jesusa estudiara algo más la historia de nuestro país podría aprender que la caída de la gran Tenochtitlan no se debió sólo, ni principalmente, a los españoles. La gran ciudad tenía entonces alrededor de medio millón de habitantes. Era, probablemente, la urbe más grande del mundo en el siglo XVI. En contraste, los españoles llegados con Hernán Cortés eran menos de 400 (Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España).
Pero los aztecas eran aborrecidos por los pueblos subyugados, por lo que no fue muy difícil juntar a decenas de miles contra el odiado y temido imperio. La caída y destrucción de Tenochtitlan fue el resultado de la animadversión indígena contra la crueldad y la saña de los aztecas, el resultado de un levantamiento multitudinario, el de todos los pueblos entre Veracruz y esa ciudad, contra la opresión del imperio. Un numeroso ejército formado por indígenas comandados por españoles venció a un numeroso ejército de indígenas aztecas.
A partir de entonces empezó a integrarse un país con un idioma común, el español, una religión común, la católica, un gobierno central, una grandiosa literatura de la que Sor Juana es el más portentoso ejemplo; se inició la investigación científica, la producción de metales; el uso del arado, la carretilla, el pico y la pala; la utilización de la rueda; la imprenta; se erigió una arquitectura de considerable valor estético que mejoró la calidad de vida de los habitantes; se desarrolló la medicina científica; se disfrutó de los beneficios del drenaje y el agua entubada. “En 300 años se formó un país que no existía antes, unificado por idioma, religión y costumbres” (Luis González de Alba, Las mentiras de mis maestros, Cal y Arena).
Jesusa Rodríguez no existiría —ni ustedes, lectores, ¡gulp!, ni yo— si hace 500 años no se hubiera producido el encuentro entre españoles e indígenas, del que surge un país, México, en un territorio donde no había país alguno, sino un conjunto de pueblos, uno de los cuales, el azteca, avasallaba a los demás.
Yo sólo aconsejo que los tacos de carnitas se consuman con moderación, pero no por creer que si se devoran desmesuradamente se estaría aplaudiendo la derrota azteca, sino por el saludable propósito de mantener en niveles adecuados el peso y el colesterol.