Cristina F. Barbarroja
Felicidad es aquello que brilla donde yo no estoy, o aún no estoy o ya no estoy. Para ser feliz tendría que quitarme yo.
Fernando Savater. “El contenido de la felicidad”.
Tras la muerte de su esposa en marzo del año pasado, el filósofo de la ética de la felicidad anuncia que a finales de septiembre abandonará toda actividad pública: “No quiero morirme, pero ya no tengo ganas de vivir”.
MADRID.— “Siempre lo hice todo desde la alegría. Hasta lo que me llevó a la cárcel lo hice según la divisa de Montaigne: ‘Je ne fay rien sans gayeté’. Pero ahora me falta alegría. Hace prácticamente dos años que no he vuelto a sonreír…” Y en esos puntos suspensivos se le quiebra la voz al filósofo volátil. Con el recuerdo inmutable de su compañera, Sara Torres; la coautora de su último libro, Aquí viven los leones, que terminó a dos manos cuando ella falleció. Y es el último porque no habrá más. “Ya no tengo fuerzas. Ya no quiero escribir”, se desnuda.
Atrás quedan más de medio centenar de ensayos, novelas, obras de teatro… y cuarenta años de oficio, que ha roto lo que no consiguió romper la crítica a los vaivenes filosóficos y las torrenciales contradicciones políticas del profesor. Se ha dado por vencido el pensador de la felicidad, el discípulo de Nietzsche y Spinoza que proclamaba una “ética del amor propio”, “del querer frente al deber”, o —como han definido algunos— “del darse la buena vida”.
No fue mala la de Fernando Savater (San Sebastián, 1947), hijo de un notario granadino de veleidades poéticas y una maestra nacida en Madrid. Lector insaciable de ficción –ha llegado a filosofar a través de personajes como Sherlock Holmes, Tarzán o la Bella Durmiente- su primera irreverencia fue negarse a hacer Derecho, pretensión de cualquier familia de bien. Él tenía claro que lo suyo era la literatura. “La filosofía —cuenta— fue un second best”.
La vocación genuina lo convirtió en un filósofo peculiar, contrario al academicismo, capaz de reírse de sí mismo y de la materia universitaria que impartió en Madrid y el País Vasco. “He chocado con muchas ideas recibidas porque siempre he defendido el sentido común, que es un concepto muy revolucionario y no tan común como podría creerse”. El escepticismo de su primer ensayo, Nihilismo y Acción, es de hecho una de las constantes en el devenir del voluble: “La filosofía es una forma de convivir con las preguntas, no de responderlas definitivamente. No creo que un simple mamífero de un pequeño planeta del extrarradio universal pueda entender alguna vez el Cosmos. La simple pretensión es risible”.
Compañero de pupitre de Enrique Ruano, el estudiante que cayó desde un séptimo piso custodiado por la Político Social, la rebeldía de sus primeros años le costó una temporada en Carabanchel, aunque él se afane en quitar hierro al episodio, consecuencia de “la limpia” durante el estado de excepción del 69: “En tiempos de Franco… te puedes imaginar. No me dejó heridas demasiado graves”, y se le intuye una primera sonrisa a Savater.
En alguna ocasión ha explicado que fue el dictador quien lo convirtió en escritor: “Me echaron de la Universidad y tenía que buscarme la vida”. Entonces el joven autor del Panfleto contra el Todo se definía libertario, fiel seguidor de Agustín García Calvo. Prueba de sus vaivenes intelectuales es la confesión que dejaba sólo unos años después en La tarea del héroe, Premio Nacional de Literatura: “He sido un revolucionario sin ira, espero ser un conservador sin vileza”.
“Cuando uno es joven ve lo criticable, la parte destructiva, pars destruens, como decían los clásicos”, explica hoy. “No ves lo que hay que conservar, los logros civilizatorios que, en su estabilidad, también son revolucionarios. Cuando uno madura se da cuenta de que conservar lo que hay puede ser mucho más revolucionario que destruirlo. Y yo estoy en esa fase. Hay muchas cosas que siguen sin gustarme, de las que me zafaría con gusto. Pero hay otras que tenemos que conservar”.
Y tiene claro cuáles son unas y otras: “Así, a grades rasgos, hay que defender la idea de ciudadanía. La idea más revolucionaria en lo social es la de que, una vez aceptada una ley común —llámese Constitución o llámese como se llame—, cada uno de los socios puede ser como quiera. Ese es el principio de ciudadanía, tan difícil de entender en este país por lo que se ve. Lo desechable es lo que va contra ese principio: los nacionalismos, los territorialismos, las parcelaciones históricas o genealógicas”, dice sin el énfasis de otros tiempos, quien en su día firmó el apoyó a la legalización de Herri Batasuna.
Quizás sea la melancolía, tampoco aparece el Savater aguerrido que combatía a la Iglesia casi tanto como al nacionalismo. Sólo cita a Santayana —“la religión es una poesía en la que se cree y la poesía, una religión en la que no se cree”— para explicar la diferencia entre esta y la vocación clerical: “intervenir en lo social en nombre de idas religiosas”. Ni asoma el profesor pletórico, autor del best seller Ética para Amador, la carta que escribió a su hijo para acercar la filosofía a los adolescentes, cuando se le cuestiona por la educación.
“Nuestro sistema no es el peor, pero sí necesita de reformas. Nunca se ha planteado en serio aquello que se llamó Educación para la Ciudadanía. Educar no es formar empleados, sino crear ciudadanos y, en último término, seres humanos. Exige una formación en valores y una reflexión sobre nuestra forma de sociedad. Hoy se trata de convertir el conocimiento en un rendimiento económico inmediato. Y hay saberes que no se miden así. En la formación humana no tiene precio la filosofía, la literatura, los saberes que responden a una necesidad de desarrollo”.
También refiere preocupación por los no tan niños; por la responsabilidad de los periódicos y de determinados periodistas “que no entienden que son el único vehículo educativo de los adultos”. Él no ha perdido la rutina de comprar cuatro cada mañana, pero sólo en papel. Porque se declara Savater enemigo de las redes sociales: “Procuro frecuentar poco ese mundo; ensucia la mente y distrae de lo importante. En las redes tienen un medio de expresión cierto tipo de personas con basureros en la cabeza, sociópatas que antes solo farfullaban cosas por la calle sin que te enterases. Afortunadamente”, añade.
Retirado de la política por imperativo de las urnas —concurrió a las elecciones del 26J como número cinco de la lista por Madrid de UPyD— se le vuelve a escapar otra risilla tímida cuando dice que sintió “alivio” al no verse en la ‘fantasmagórica’ constitución de las Cámaras. “Está distrayendo de lo importante. La constitución de la Mesa, la investidura, son sólo medios. Tener un gobierno no es un fin, sino una herramienta. Y estoy deseando que la tengamos, sea mejor o peor, para llegar a ese fin: resolver los problemas de este país ¡que son muchos!”. Y de nuevo elude pronunciarse sobre cuál sería la mejor y cuál la peor, un Savater de irreconocible prudencia.
O de infinita tristeza. No ha dejado de firmar artículos periodísticos —“mis columnitas, que son ganapanes”, dice él—. Estos días participa, en Italia, en un congreso sobre literatura en el que le toca hablar de Borges. Después viajará a Colombia y a Francia, “para cerrar compromisos pendientes porque no me gusta dejar colgada a la gente”. A finales de septiembre —anuncia— abandonará definitivamente toda actividad pública. Y explica el pensador, otra vez con una voz a punto de romperse por el llanto, “porque no quiero morirme, pero ya no tengo ganas de vivir”. Ω
[1] Tomado de: http://www.publico.es/culturas/fernando-savater-me-falta-alegria.html