Valientes jóvenes

Pedro Salmerón tuvo que renunciar a la dirección del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México por el escándalo suscitado a consecuencia de que llamó “comando de valientes jóvenes” a quienes asesinaron al empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, tras fallar su intento de secuestrarlo, en 1973.

            Su calificativo de “valientes” a los jóvenes de ese comando provocó una enérgica reacción adversa no solamente de parte de empresarios y columnistas, sino que incluso legisladores de Morena, el partido en el gobierno, manifestaron su rechazo a esa caracterización.

            Salmerón se va tan dolido del cargo que ha expresado que presenta su renuncia al presidente de la República, “no a la derecha de talante fascista”. En su misiva de dimisión llama comité de linchamiento a los políticos, usuarios de redes y medios de comunicación que reprobaron sus palabras.

            Intituló su carta, melodramáticamente, “Dictar, censurar, penalizar la investigación histórica”. En ella asevera, entre otras cosas no más sensatas, que estaba siendo usado por la derecha para atacar al gobierno y que intentaba romper con una historia promovida durante 30 años.

            La bajeza de ensalzar acciones como aquel crimen no es exclusiva de nuestro país. En España, en las comunidades vascas, los etarras culpables de asesinatos y secuestros, al salir de prisión tras compurgar sus penas, son recibidos por familiares y vecinos con aplausos y ofreciéndoles un aurresku, danza que se baila a modo de reverencia.

            Como apunta Julio Llamazares, ese espectáculo “desborda toda categoría moral para adentrarse en el territorio de lo perverso”, pues se trata de “comportamientos más propios de sociedades prehumanizadas que de una del siglo XXI” (El País, 3 de agosto de 2019).

            El secuestro y el asesinato jamás pueden ser acciones loables, sea cual fuere su motivación. Sólo descendiendo al peldaño más bajo de la deshumanización y retrocediendo a etapas previas al proceso civilizatorio que ha dado lugar a nuestros más altos valores pueden glorificarse tales crímenes.

            Se sabe que Garza Sada fue no sólo un empresario exitoso sino un hombre humanitario, fundador del Tec de Monterrey, lo que hace más aborrecible su asesinato. Pero aun si la víctima hubiera sido una persona sin esas virtudes, el crimen sería igualmente reprochable.

            ¿Jóvenes valientes porque arriesgaban su integridad personal o su libertad al cometer sus delitos? Las arriesgan incluso los sicarios al llevar a cabo una acción delictiva. Al realizarla corren el riesgo de ser repelidos y malheridos o muertos, o de ser detenidos y pasar una larga temporada presos. Secuestrar y matar serían, por tanto, actos de valentía. ¡Vaya pedagogía!

            La vida y la libertad de todo ser humano son sagradas. Matar a alguien es destruir un universo irrepetible y precioso,  condenar a un semejante a no volver a disfrutar otro amanecer. Secuestrar a una persona es someterla, a ella y a quienes la quieren, a un sufrimiento atroz, a una tortura de las más crueles imaginables.

            El escándalo provocado por el calificativo de Salmerón nada tiene que ver con un linchamiento ni con dictar, censurar o penalizar la investigación histórica. Nadie de los que han protestado contra el hoy exdirector se ha pronunciado contra la investigación, nadie ha pretendido dictarla, censurarla o penalizarla. Lo que se condena no es que se investiguen los hechos históricos, sino la apología de crímenes tan graves como el secuestro y el asesinato. Y esa condena es muestra de salud moral.

            No podemos olvidar que el inolvidable Luis González de Alba renunció al Comité de apoyo a la Fiscalía para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado cuando el fiscal Ignacio Carrillo Prieto ––condenado por corrupción al concluir su encargo–– asistió a un homenaje a la Liga 23 de Septiembre, a la que pertenecía ese comando de “valientes jóvenes”.

            ¿Pero es que las conductas delictivas no se justifican si están motivadas por ideales? Con ese criterio tendríamos que justificar, entre muchas otras, las de Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot, Franco, Castro, Sendero Luminoso, ETA, el ISIS…

Toda bandería o causa ha hallado fanáticos frenéticos dispuestos a matar por ella. Ellos y sus apologistas no sólo justifican esos crímenes: los celebran como si fuesen hazañas admirables.