Vender el alma

“Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para sanar mi alma”, rezan los feligreses católicos durante la transubstanciación, ese momento milagroso en el que la hostia y el vino se convierten, respectivamente, en el cuerpo y la sangre de Cristo, en virtud de lo cual, quienes comulgan, exculpados ya de todo pecado, están ingiriendo a Cristo mismo

            Algo similar ocurre con las incorporaciones a Morena: una palabra de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) —bienvenidos— es suficiente para que los corruptos se vuelvan puros. El líder del partido no le niega esa palabra a nadie, por tenebroso que sea su pasado y su presente.

            López Obrador asegura que acabará con la corrupción cuando sea presidente. Debemos creerle, pues lo está logrando ya desde ahora mismo, cuando apenas es candidato. ¿Cómo lo está haciendo? Absolviendo a quienes han medrado con prácticas corruptas sin siquiera exigirles un mea culpa, una promesa de enmienda o la renuncia a las riquezas obtenidas mediante corruptelas.

            El momento de la absolución dada por el líder —ego te absolvo— es como la inmersión en las aguas del Jordán: todos los pecados y todos los delitos quedan borrados para siempre y aun los más turbios personajes devienen inmaculados.

            En su lucha contra la corrupción, ha dicho el sempiterno aspirante a la Presidencia, actuará con “necedad, perseverancia, rayando en la locura, de manera obcecada”. Muchos estarán pensando: sí, hay que rayar en la locura para prometer que se aniquilará la corrupción al mismo tiempo que se pacta con las huestes de Elba Esther Gordillo y de la CNTE, y se postula como candidato al Senado a Napoleón Gómez Urrutia, acusado de agandallarse 55 millones de dólares.

            Pero en esas alianzas no hay actitud demencial alguna. La locura es la privación del juicio o del uso de la razón. Nada tiene que ver con el cinismo, que consiste en la desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones vituperables. El loco ha perdido la razón; es de poco juicio, disparatado e imprudente, y aun así puede resultar éticamente admirable, como don Quijote. El cínico, en cambio, actúa con falsedad, impudicia u obscenidad descaradas.

            ¿Pero qué decir de quienes tenían cierto prestigio y se han sumado a las filas de López Obrador teniendo como compañeros a militantes y aliados tan impresentables como Manuel Bartlett, Martí Batres, Dolores Padierna, René Bejarano, Cuauhtémoc Blanco, los ya mencionados Elba Esther y Napoleón y tantos otros?

            Gabriela Cuevas fulminó a AMLO al evaluar su gestión como Jefe de Gobierno del Distrito Federal aseverando que la honestidad valiente de la que presumía era tan sólo una frase y no una realidad. Su cambio de opinión coincide con el ofrecimiento de candidatearla a un escaño en el Senado.

            Olga Sánchez Cordero parece no haberse enterado de que AMLO la ha injuriado en numerosas ocasiones, igual que al resto de sus excompañeros ministros de la Suprema Corte de Justicia, al sostener una y otra vez —la más reciente hace unas cuantas semanas en Colima— que los integrantes de nuestro máximo tribunal son mafiosos, alcahuetes de la mafia en el poder que por eso los tiene bien maiceados.

            A la exministra Sánchez Cordero la calumnió, especialmente en un discurso pronunciado en Tuxpan: dijo de los ministros que “están bien maiceados. Yo no tengo confianza en los ministros de la Corte porque no actúan con justicia. Se vio, por ejemplo, en el caso de la señora Cassez, de cómo, por consigna, la dejaron libre”. Los lectores recordarán que la ponente para esa resolución fue, antes de Arturo Zaldívar, Olga Sánchez Cordero.

            En el noticiario Despierta, Ana Francisca Vega le preguntó a Germán Martínez Cázares, expresidente del PAN, candidato de Morena al Senado, qué opinión le merece estar en una lista, por ejemplo, junto a Napoleón Gómez Urrutia. El converso respondió que sí le sorprende el nombre, y agregó, vergonzantemente, sin que se le hubiera preguntado, que él no hizo ningún compromiso ni le pidió nada oculto AMLO.

            Aunque no se le pida, explícitamente, vender el alma al mejor postor no es una transacción que pueda llevar a cabo quien se respeta a sí mismo.